Escreve
o jornalista Manuel P. Villatoro do ABC que "un 30 de abril
hace 68 años, la pareja más famosa de la II Guerra Mundial se suicidó en el
último reducto nazi, el «Führerbunker». Siempre se ha dicho que el amor es
ciego e impredecible, y sin duda estas afirmaciones se comprueban al analizar
uno de los romances más controvertidos de la historia: el de Adolf Hitler y Eva
Braun. Y es que, los que fueron los amantes más famosos del nazismo, acabaron
quitándose la vida un 30 de abril de 1945 en el último reducto
nacionalsocialista de Berlín, el búnker del Führer, tras morder una cápsula con
cianuro y dispararse en la cabeza. Hoy, sin embargo, al caminar por Berlín no
queda ni rastro de este emplazamiento fortificado que hizo las veces de
iglesia, salón de banquetes y hotel para la pareja. Tan sólo una placa, puesta
hace escasos años, recuerda donde se hallaba el lugar en el que Adolf Hitler y
Eva Braun vivieron sus últimas semanas con vida ante el acoso del ejército
soviético. El búnker, hoy derribado, se ha convertido de esta forma en un ataúd
de cemento que guarda el amor del líder nazi y su esposa, unidos para siempre
en la vida y en la muerte.
La
pequeña Eva
Eva,
la única mujer a la que amó Hitler, nació un 6 de febrero de 1912 en Múnich.
«La pequeña creció en un ambiente de novela rosa. Los esposos Braun estaban muy
cerca de ser un matrimonio perfecto. (…) La familia no carecía de nada»,
determina el escritor e investigador Nerin E. Gun en su libro «Hitler y Eva Braun, un
amor maldito». Obstinada y tozuda desde pequeña, la futura amante del hombre
que asesinó a millones de judíos se caracterizó por su amor por los deportes.
De hecho, de joven era una reconocida nadadora y esquiadora, aunque sobre todo
amaba el patinaje. Entre sus pasatiempos más curiosos se encontraba además la
lectura de novelas del lejano Oeste. Criada en el seno de una familia seguidora
del catolicismo, Eva pronto fue enviada a un colegio de monjas. «Los Braun
habían tomado por costumbre enviar a sus hijas al convento para completar allí
su educación. En Baviera, ninguna chica se convierte verdaderamente en una dama
si antes no pasa por una de esas instituciones especializadas donde las jóvenes
aprenden una profesión, además de ciertos convencionalismos sociales»,
determina el escritor.
El
capricho de Hitler
Recién
salida del convento, con apenas 17 años, Eva probó suerte como mecanógrafa, no
obstante, pronto abandonó este primer impulso y trató de buscar desesperadamente
una nueva ocupación. Esta la hallaría en el taller fotográfico de Heinrich
Hoffmann, lugar en el que fue contratada por un precario sueldo pero donde, a
pesar de todo, se comenzó a interesar por la fotografía. Braun conoció a Hitler una tarde de 1929 mientras
trabajaba. Concretamente, todo se sucedió cuando la joven estaba archivando
unos papeles subida en una escalera. En ese momento hizo su aparición el
cuarentón Adolf, un «señor de cierta edad con un gracioso bigotillo», según
cuenta la propia Eva en una carta enviada a un familiar. Curiosamente, su amigo
le presentaría ante la joven como «el señor Wolf». Al parecer, el ya por
entonces líder del partido nazi –un grupo extremista que, tras varios años,
comenzaba a salir de la decadencia-, se encaprichó de ella, lo que provocó que
organizara todo tipo de encuentros furtivos. Finalmente, pocos años antes de
convertirse en el líder de Alemania, Hitler formalizó su relación con Braun.
A
la sombra del dictador
No
obstante, por aquel entonces Hitler no era más que un líder político como otro
cualquiera para la joven Eva. «Era demasiado inexperta en materia de política
para darse cuenta de que estaba rodeada de fanáticos, y hasta el fin de sus
días se mantendrá al margen de dogmas y doctrinas, y no tolerará polémicas de
naturaleza política en su presencia», añade el escritor. Según pasaron los años
se demostró, sin embargo, que a pesar del amor que le profesaba su querido
Adolf, este ponía la política por delante de Eva. De hecho, no era raro que
Braun pasara largas temporadas sin verle. A su vez, el líder nazi tampoco se
mostraba muy partidario de mostrarse en público con ella, pues prefería dar una
imagen de compromiso único con la causa alemana. Tampoco ayudaba demasiado la
relación que mantenía la joven con el resto de miembros del partido nazi,
quienes nunca la vieron con buenos ojos. Pero, a pesar de todas estas
dificultades, el carácter de Eva provocó que, salvo en alguna rara ocasión, la
llama de su amor por Hitler nunca se debilitara.
El
búnker del amor
Sin
embargo, el momento en el que realmente quedó demostrado el amor que se
profesaban Hitler y Braun sería en las dos semanas antes del 30 de abril. Fue
en esos 14 días cuando, con el ejército soviético a punto de tomar Berlín y
poner fin a uno de los períodos más sangrientos de la historia, la pareja
decidió formalizar su amor de forma definitiva.Y es que, en aquellos fatídicos
días para el nazismo, mientras los generales y líderes alemanes más respetables
corrían para salvar su vida y abandonaban el búnker en el que se refugiaba lo
poco que quedaba del gobierno dictatorial, Eva decidió seguir al lado de su
amante hasta el final. No valió que Hitler la instara a refugiarse en el sur o
en la embajada italiana, Braun tenía claros sus sentimientos y no pensaba huir
dejando a su suerte a su ya casi sexagenario novio. «En varias cartas, Eva
describió la situación en pocas palabras y con toda claridad: se oye el tronar
de los cañones, no hay teléfono, no pueden huir en coche y sufren bombardeos
continuos. Pero se siente feliz por estar junto a él (Hitler) y cada día pasado
constituye para ella una victoria. Habla de su Hitler como un Dios», completa
Gun en el texto.
Tras
casi 20 años como amantes, se casaron bajo los obuses
No
obstante, ninguno de los habitantes del búnker era ajeno a lo que sucedía
fuera: cada obús soviético caía más cerca del búnker, y, según las
estimaciones, lo único que separaba al ejército rojo de la fortificación eran
dos escasas paradas de metro. Por ello, entre el 27 y el 28 de abril, Hitler
decidió dar el gran paso que había eludido durante más de 16 años: casarse con
Eva antes de morir. De esta forma lo
dictó en su testamento: «Puesto que creí durante los años de la lucha que no
podía asumir la responsabilidad de formar un matrimonio, he decidido ahora, al
fin de mi tránsito por el mundo terrestre, convertir en mi esposa a la mujer
que, después de años de fiel amistad, llegó por su propia voluntad a la casi
cercada ciudad para compartir su destino con el mío. Por deseo mío, se dirige a
la muerte siendo mi esposa».
Matrimonio
entre bombas
Así,
a finales del día 28, comenzó la que sería una de las últimas bodas del
nazismo. «Se había previsto empezar mucho antes –ya era casi medianoche-, pero
resultó difícil hallar a un funcionario del Registro Civil y, (…) cuando
descubrieron a uno, (…) se encontraron con que no tenía formularios», añade el
experto. A pesar de todo, un Hitler de
uniforme y una Eva que portaba sus mejores galas contrajeron matrimonio aquel
día. Tal fue la velocidad de preparación que, según narra Gun, las alianzas les
quedaban grandes a ambos. Sin embargo no había otro remedio, pues los obuses
enemigos seguían tronando cada vez más cerca.
Juntos
hasta el final
Por
el contrario, dos días después todo cambiaría radicalmente. Ya sabedor de que
los refuerzos que esperaba no llegarían jamás, Hitler decidió poner punto y
final a su agonía. «Mi esposa y yo, a fin de escapar de la vergüenza de la
retirada y la capitulación, hemos elegido la muerte», escribía en su testamento
el líder nazi. Aquel día, tras algunas horas y muchos sollozos por parte de
varias mujeres del búnker –quiénes no querían enfrentarse al enemigo sin
Hitler-, la pareja entró en una habitación privada del emplazamiento. El objetivo:
tomar una ampolla de cianuro para después dispararse en la cabeza con una
pistola y, de esta forma, asegurar su muerte. Aproximadamente a las tres y
media de la tarde se escuchó un disparo sordo: el suicidio había tenido lugar.
Casi con miedo, aunque conociendo perfectamente lo que acababa de suceder, los
oficiales nazis abrieron la puerta, y la imagen que pudieron ver les llegó al
corazón.
Los
cuerpos se incineraron por orden del líder nazi
En
palabras del autor, Braun se encontraba con la cabeza apoyada en la esquina de
un mueble y, según parecía, su brazo se encontraba estirado de tal forma que
parecía querer agarrar por última vez al que había sido su único amor durante
casi dos décadas. «El rostro no tiene expresión alguna, pero sigue muy bello.
Su pequeño revólver se halla sobre el velador, junto a un chal de color
rosado», añade el experto. El cuerpo de Hitler, por su parte, permanecía inerte
con un disparo en la cabeza. De
inmediato los soldados alemanes cumplieron la última voluntad de su líder y,
con más de cien litros de gasolina, prendieron fuego a los dos cuerpos,
ubicados uno al lado del otro. Así, entre las llamas, todo acabó para uno de
los asesinos más grandes de la historia y su esposa quien, hasta el final, lo
amó"