Segundo
o ABC, "el padre viaja en
autobús, la madre hace las compras en el «súper» y los hermanos triunfan en el
arte y la restauración. Así es el «clan» de la futura Reina de los Países Bajos. «Jorge
es un hombre de clase media, muy cercano a los círculos de poder, pero no de
clase alta como se dice... es un ‘‘vasco de campo’’», cuenta un socio del Jockey,
el club más tradicional y exclusivo de Buenos Aires. «No es ni ha sido socio de
nuestro club», añade. Sin embargo, Jorge Zorreguieta, padre de la Princesa
Máxima de Orange-Nassau, futura Reina de los Países Bajos, es un rostro
familiar en la elegante sede del Jockey. Allí ha organizado algunas reuniones
de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay, la
institución que preside y que tiene por objetivo «prolongar la tradición y las
costumbres vascas en la Argentina». El
tatarabuelo de Zorreguieta, José Antonio de Sorreguieta y Oyarzábal, nacido en
Tolosa (Guipúzcoa), emigró a la provincia de Salta, en el noroeste de
Argentina, en 1790. Tras varias generaciones de senadores, ministros y
funcionarios locales, el apellido familiar se convirtió en uno de los más
prominentes de la sociedad salteña. Jorge nació en Buenos Aires en 1926 y se
crió en el seno de esa familia de clase media «acomodada». Con 36 años, ya
tenía su propio negocio aduanero, un puesto en la poderosa Sociedad Rural Argentina
y el control de «Las Escobas», la finca de 400 hectáreas propiedad de su
primera esposa, la filósofa Marta López Gil. Precisamente
en uno de esos viajes a la finca, Zorreguieta se enamoró de María del Carmen
Cerruti, hija de un gran amigo suyo y dieciséis años menor que él. En aquellos
años el divorcio no era legal en Argentina. Pero eso no impidió que en 1968
dejara a su esposa y tres hijas e iniciara una nueva vida con Cerruti, con quien
tuvo a Máxima, en 1971, y a otros tres vástagos. Pocos años después, de la mano
del régimen militar de Jorge Rafael Videla, fue nombrado subsecretario de
Agricultura, un cargo de confianza del ministro de Economía Martínez de Hoz. En
1979, con el ascenso al poder de Roberto Viola en la llamada Segunda Junta
Militar de Gobierno, llegó a secretario de Agricultura y Ganadería.
La sombra del pasado
Aquellos
años en el poder han pasado factura a los padres de Máxima. Su vinculación con
el régimen les costó el veto en la boda de su propia hija con el Príncipe
Heredero Guillermo Alejandro de los Países Bajos, en 2002. Y la sombra del
pasado continúa persiguiéndolos. «Es un ‘‘tipo’’ querido en todos los círculos
sociales. Pero tiene muy bajo perfil, no anda por ningún lado, está recluido y
es lógico, el Gobierno de los Kirchner persigue a los exfuncionarios de los
‘‘años de plomo’’, y él está en la mira», dice un conocido de la familia. La
Justicia argentina está investigando el papel de Zorreguieta y otros funcionarios
en el supuesto asesinato de centenares de opositores al régimen que trabajaban
en los organismos vinculados a la secretaría de Agricultura. No es la primera
vez. En 2001 y 2004 fue involucrado en dos causas por violación a los derechos
humanos, casos que, poco tiempo después, fueron desestimados. El año pasado, el
ministerio fiscal holandés también rechazó abrir una investigación judicial contra el padre de
Máxima por su presunta implicación en la desaparición de personas en los años
70. Zorreguieta
siempre ha dicho que no sabía nada y, de hecho, nunca ha
sido imputado. Sin embargo, en 2001, poco antes de la boda real, el por
entonces primer ministro holandés Wim Kok contrató a Michiel Baud, un académico
experto en Iberoamérica, para investigar secretamente hasta qué punto
Zorreguieta había participado en los crímenes de lesa humanidad. «Tuvo una
posición alta. No podía ignorar lo que ocurría», fue la conclusión de Baud. Ese informe sirvió para que el Gobierno de los
Países Bajos decidiera no aceptar su presencia en el enlace real.
Venidos a menos
La
«gente bien» de Buenos Aires sabe que los Zorreguieta han sido siempre una
familia normal que con el buen sueldo del padre pudo enviar a Máxima al Northlands School,
un exclusivo colegio bonaerense por el que también pasaron la diputada del
Partido Popular Cayetana Álvarez de Toledo y la aristócrata franco-argentina
Paula Cahen D’Anvers, una famosa diseñadora en Sudamérica. Según
«Máxima, una historia Real», la biografía no
autorizada de la Princesa escrita por los periodistas argentinos Gonzalo
Álvarez y Soledad Ferrari, los Zorreguieta siempre llevaron un estilo de vida
típico entre las «familias de la ‘‘aristocracia’’ vernácula venidas a menos».
Ese tren de vida implicaba una empleada del hogar a tiempo completo, colegios
caros, viajes a la Patagonia y vacaciones de verano en Punta del Este. Jorge,
o «Coqui», como lo llaman con cariño sus amigos, exprimía los ingresos para
mantener esa posición. «Vestían bien, pero por lo general era ropa hecha a mano
y su Fiat 1500 no lo cambiaron en diez años»; «de pequeña, Máxima iba al
colegio con tartera y almorzaba sola, a sus padres no les alcanzaba el dinero
para pagar el comedor escolar»... Son algunas de las anécdotas que recuerdan
sus compañeras.
Los
Zorreguieta siguen viviendo en su piso de toda la vida, en el barrio de
Recoleta. «Es un piso de unos 140 metros cuadrados. Cada semana, María del
Carmen, la mamá de Máxima, va al supermercado a hacer las compras», dice una
vecina del matrimonio. «Es gente muy querida y sencilla. Eso sí, Carmen no
trabaja y va religiosamente al gimnasio, a unas calles de su casa». Jorge
utiliza el transporte público para moverse por Buenos Aires. «Tiene 85 años,
está operado de la rodilla y la cadera, y aun así sigue cogiendo el autobús
130. Es tan normal que viaja en clase turista cuando tiene que visitar a sus
nietas en La Haya, y son catorce horas de vuelo», explica la vecina de la
familia.
Buenas amistades
«Máxima
no pertenece a la clase ‘‘aristocrática’’ argentina, como se pensaba y como la
Casa Real holandesa intentó mostrar, sino que es de una clase media cuyos
padres tuvieron que hacer muchos esfuerzos para enviarla a un colegio que sí
pertenece a la ‘‘aristocracia’’. Ella padeció las diferencia sociales en el
colegio. Tuvo que trabajar mucho para tener lo que quería», dijo Ferrari en una
entrevista en 2009. «Vivía
adelgazando y engordando, pero era simpatiquísima y llamaba mucho la atención
por su figura y altura», explica una compañera del Northlands School. «Siempre
fue ambiciosa. Su hombre ideal, su príncipe azul, no era el chico de barrio que
montaba en bicicleta. Ya desde adolescente le encantaban los extranjeros, como
Tiziano Iachetti o Dieter Zimmermann, que fueron sus primeros novios». Gracias
a una de esas amistades de «alto standing» la argentina conoció a Guillermo
Alejandro. El encuentro se produjo con la ayuda de Cynthia Kaufmann, una amiga
de colegio que se movía entre la élite neoyorquina. Kaufmann y el Príncipe
tenían amigos en común. A Cynthia se le ocurrió que Máxima le encantaría.
Incluso le envió por e-mail algunas fotos: Máxima bailando, Máxima montando a
caballo... Según los biógrafos, «no hubo imagen en que él no la viera perfecta».
La primera cita fue en una fiesta de la ExpoSevilla, en marzo de 1999. Y el
resto es historia.
Familia de trotamundos
El
bajo perfil es ley entre los hermanos Zorreguieta. Quizá por ello, casi todos
ellos viven desperdigados por el mundo, alejados de los «paparazzi» que pululan
por las calles de Buenos Aires. Dolores, hermanastra de Máxima, vive en Nueva
York, donde ha triunfado como artista. «Tengo un nombre al cual no voy a
renunciar. Esta soy yo, para bien o para mal, antes o después de las cosas que
hagan quienes tengo junto a mí», dijo Dolores, de 47 años, en una de sus pocas entrevistas, en la que también
reconoció que no pisa el país «por miedo a la persecución mediática». Ángeles,
de 54 años, es doctora en Química. Tras trabajar en el John
Innes Centre, un prestigioso centro de investigación del Reino
Unido, regresó a Argentina. Desde entonces forma parte del Instituto Leloir, uno de los mejores centros de
investigación de bioquímica y biología celular y molecular de Sudamérica. «Le
encuentro más sentido a desarrollar mi carrera donde nací, pero no dejo de
sentir angustia cuando constato que la ciencia no está pensada como una
herramienta de progreso aquí. Aun así, me consuela pensar que puedo hacer algo
para que esto cambie», ha explicado la «hermana científica». Martín
Zorreguieta, uno de los dos hermanos varones de la Princesa, es quizá el más
mediático después de Máxima. Delgado, con perilla, lo llaman «El zorro» y es
dueño de Tinto
Bistró, un exitoso restaurante en Villa La A gostura, una aldea de
ensueño en la Patagonia. El restaurante, que abrió solo cuatro meses después de
la boda real, es uno de los destinos preferidos por los turistas holandeses.
También toca la guitarra en su banda, Papas Bravas.
Los benjamines
Juan,
el otro hermano varón, es ingeniero y cursa un posgrado en Austria. «Estudió en
la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires,
como su hermana mayor. Trabajó varios años en una firma consultora
especializada en gestión de empresas, y desde hace unos meses está viviendo en
Viena. Tiene una novia argentina, guapísima... Y es el clásico chico de 30 años
que disfruta del campo y el polo, pero muy "low profile" (bajo
perfil)», dice una amiga. Inés,
la más pequeña de la familia, es quizá la preferida de la Princesa de Orange.
El año pasado, la menor de los Zorreguieta hizo saltar las alarmas tras ser
ingresada por un supuesto cuadro de anorexia y depresión. «Inés sufre por un
mal que parece endémico en su familia: la obsesión por el peso», informó la
prensa argentina. Dicen que Máxima la entiende mejor que nadie, porque ella
misma vivió una adolescencia marcada por las dietas y los atracones. En
diciembre de 2002, pocos meses después de haberse casado con Guillermo, la
Princesa viajó expresamente a Buenos Aires para asistir a la graduación de la
benjamina. E Inés es madrina de Ariadna, la menor de las hijas de los
Príncipes. «Máxima está muy preocupada por su hermana, incluso llegó a
ofrecerle vivir con ella en Holanda», dicen. «Pero sabe guardar las formas. La
discreción es el arma secreta de esta familia».