Segundo o El Pais, num texto do
jornalista David
Alandete, "asqueada y sin
quererlo en realidad, a sus 16 años Reem se casó el 6 de febrero con un hombre
saudí de 70 años que le había pagado a su familia algo de dinero por el
matrimonio. Entre lágrimas, su único alivio era anhelar que el marido se
cansara pronto de ella, y la repudiara, pidiendo el divorcio. Así sucedió, tras
dos meses de convivencia. La anulación del matrimonio se produjo por teléfono,
y ella ni siquiera tuvo que estar presente. Volvió, libre, a su familia. Pero
no por mucho tiempo. Ahora la pretende otro saudí, este de 47 años y también
dispuesto a pagar. Ella espera que se vuelva a repetir el ciclo, porque no
quiere estar casada con hombres mayores. Pero lo hace, dice, con resignación,
para que su familia pueda pagar el alquiler y comprar comida. Son refugiados
sirios en Jordania, huidos de una guerra que ya dura más de dos años y ha desplazado a 1,5 millones de personas. Muchas
de ellas se hallan en la miseria. Jordania es el país que más desplazados ha
recibido de Siria, 532.400. De ellos, 382.400 viven fuera de
los campos de refugiados, huéspedes incómodos en un país con sus propios
problemas económicos, incapaz de absorberlos e integrarlos en su sociedad. No
puede concederles permisos de trabajo, porque el desempleo en el Estado es ya
de por sí del 12,8%. En situación de necesidad, muchas familias sirias se han
visto empujadas a prácticas que en países occidentales lindarían con la trata
de menores o la prostitución. Y aunque en casos como el de Reem existe una
licencia de matrimonio de por medio, esta la expide un clérigo, y puede que en
alguna instancia tenga valor religioso, pero es totalmente nula de cara a las
autoridades jordanas.
“Mi exmarido no me gustaba, no lo
niego”, dice Reem, quien prefiere mantener el apellido familiar en secreto.
Cubierta por el velo islámico, parece mucho más joven de lo que dice ser. Algún
día espera volver a Siria a casarse con su primo, un joven de 22 años con el
que se veía en Homs. “Me tuve que sacrificar para ayudar a mi
familia. Mi hermano es pequeño, necesita papilla y pañales”. Asegura que el
exmarido la trató bien las primeras seis semanas de matrimonio. “Decía que me
quería, que íbamos a estar casados para siempre”, recuerda, sin esconder su
hastío. Luego ella se negó a obedecer a algunas de sus peticiones sexuales.
“Entonces se cansó. Comenzó a gritarme. Me pegó. Finalmente, llamó a mi familia
para que me recogiera y se marchó de regreso a Arabia Saudí, a Yedá”, dice.
Para el divorcio, él se reunió con el clérigo y ambos, por teléfono, le
comunicaron a Reem que era libre. El caso de Reem no es excepcional en Ammán.
Ella llegó a la casamentera que le concertó el matrimonio a través de unas
conocidas, que habían probado la misma suerte. Su familia necesitaba dinero,
pronto. En Siria, su padre se había unido al Ejército Libre Sirio, para luchar
contra el régimen de Bachar el Asad, pero quedó herido. Hace nueve
meses, después de que su casa quedara destrozada en un ataque, decidió
abandonar Homs, donde vivía, para cruzar a Jordania, con su mujer y sus cuatro
hijos, de entre 2 y 16 años. El exmarido de Reem le había prometido a la
familia 2.000 dínares (2.200 euros) por casarse con ella, pero acabó pagando
solo la mitad.
“Es muy triste. Yo nunca me imaginé
tener que hacer esto. No es lo que quería para mi hija”, dice la madre, Qamar,
de 36 años. “Aun quiero que se case con su primo, que tenga una boda de verdad,
con vestido blanco. Pero la vida aquí es miserable. Le debemos dinero al casero
y al supermercado. No podemos trabajar. Es doloroso. Cada noche, su padre y yo
lloramos. Hace dos semanas incluso pensamos en volver a Siria, pero nos da
miedo”. Qamar intentó ganar algo de dinero preparando y vendiendo comida desde
su casa, pero dice que el negocio no prosperó porque debe cuidar a su marido y
al niño más pequeño. Hoy por hoy, la joven Reem es la única fuente de ingresos
en su casa. A los ricos maridos del golfo Pérsico se les llama, en la jerga de
las casamenteras, ‘donantes’. Así se refiere a ellos Hala Alí, de 27 años,
también refugiada siria en Ammán. Esta divorciada, madre de tres hijos, cobra
50 dínares por enseñar a las jóvenes a los ‘donantes’. Si finalmente hay boda,
se embolsa 400. Dependiendo de la edad y el físico, el precio que una familia
cobra por una casadera virgen es de hasta 7.000 dínares. Las divorciadas se
devalúan en ese mercado hasta un tope de 4.000.
“Los ‘donantes’ dicen que quieren ayudar
a la gente de Siria y ofrecen dinero. Lo que exigen es una novia”, dice con
sorna esta casamentera. Mantiene que en Siria es posible y hasta normal casar a
niñas de hasta 13 años si se obtiene autorización familiar o judicial. “Estas
niñas se casan para tener una licencia y no convertirse en prostitutas. Así
consiguen el dinero y pagan el alquiler”, dice. Pero estos matrimonios se
efectúan en Jordania, donde la edad mínima para ello es de 18 años. Y los
contrayentes saben que el divorcio se encuentra a la vuelta de la esquina. “¿Y
a mí que me cuentan? Eso no es mi responsabilidad. Yo pongo en contacto a la
novia y al novio. ¿Y eso no es legal? ¡Si ambas partes consienten! Y además,
¿acaso es legal lo que nos ha pasado a nosotros en Siria?”. Las
autoridades jordanas acudieron recientemente al Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas para exponer el problema que los refugiados suponen para su
población, de 6,1 millones de personas. Traen consigo problemas de salud, como
nuevos brotes de tuberculosis, y, en casos como este, prácticas reprobables e
incómodas. “En Jordania, en casos como este, alguien tiene que quejarse para
que el Estado pueda actuar”, explica Anmar Al Hmoud, coordinador del comité
especial del Gobierno de Jordania para los refugiados sirios. “Lo que de verdad
se necesita aquí es una solución pacífica al conflicto en Siria para que esta
gente pueda volver finalmente a sus hogares”, añade. Esa solución, sin embargo,
parece cada día más lejana, con las noticias de violencia y muerte que llegan a
diario de Homs y el resto de Siria. En dos años y dos meses de guerra, los
muertos son ya más de 80.000. El país se desangra, con los enfrentamientos y el
éxodo masivo. “Esto solo se acabará si Bachar cae”, dice Qamar, la madre de
Reem. “Entonces volveremos a nuestro país, aunque sea a vivir entre los
escombros”.