Hitler saluda a unas adolescentes de la Liga Alemana... parecían angelitos
“El MAL, con estas aterradoras mayúsculas, existe, late perverso entre nosotros, palpita cruelmente en los genes de la especie, dormita en hogares entrañables donde se cobija la alimaña. Seres, más o menos humanos, más o menos corrientes, se convirtieron en la Europa de los años treinta, en asesinos despiadados, impávidos torturadores, bestias sin límite, en el Gulag, y en los campos de exterminio nazi. Golpeaban, mutilaban, asesinaban, lanzaban perros furiosos contra los prisioneros, destrozaban los pechos de las detenidas a latigazos, colaboraban en los planes de selección del Dr. Mengele, el Dr. Muerte para sus dantescos experimentos, eliminaban a los niños enfermos, las mascotas, se paseaban a caballo entre los presos desnudos exhibiendo su crueldad, inoculaban enfermedades a los reclusos para observar su comportamiento.... Así se extendió la historia más universal de la infamia en los campos de exterminio.
Después de su «trabajo» en el campo de Buchenwald, los Koch tranquilos en familia
Terror global nazi
Era el terror global nazi, la solución final, la carnicería sistemática. Pero no era un terror anónimo. Detrás de los asesinatos y martirios sin número se escondían nombres propios, apellidos, biografías casi siempre bordadas a las calaveras de las SS. Y entre esos nombres, tantos, muchísimos, hasta casi cuatro mil de mujeres. Estos dantescos testimonios son recogidos en «Guardianas nazis. El lado femenino del mal» (Edaf), excelente libro de Mónica González Álvarez (con prólogo del forense José Cabrera), en la mejor tradición de los historiadores británicos que no solo aportan hechos y documentación, sino también sensaciones y emociones. Aquí no hay generalizaciones, aquí hay diecinueves caras dantescas, ejemplos del terror, porque como la misma escritora explica «es como debería de ser siempre. Conocer no solo la identidad de las víctimas sino también la de sus verdugos. Casos como estos no deberían de ocultarse jamás. Estas guardianas fueron muchísimo más crueles que sus camaradas masculinos. Fueron el brazo ejecutor de los peores crímenes que ha dado la Humanidad. Por ejemplo, "la Bestia de Auschwitz" torturó y mató a más de 500.000 "mascotas" judías. Así denominaba a sus víctimas. La Binz mataba a hachazos a mujeres embarazadas. O la popular “Zorra de Buchenwald” que ordenaba extirpar piel humana tatuada para fabricar lámparas de decoración».
Ehlert, Grese, Lothe, Stöfel, Schreirer, Dörr, Roth y Hempel, durante su juicio
Educadas para el odio
No eran casos aislados, esta gente recibía formación, instrucción y educación para hacer lo que hacían. Ése era el primer paso a seguir para formar parte del personal de las Waffen-SS. El destino inicial era Ravensbrück, también conocido como "Puente de los Cuervos", el principal campo de instrucción nazi. Allí ingresaron más de 3.600 mujeres entre 1936 y 1945. Durante las largas horas de entrenamiento aprendían a impartir dolor extremo, a golpear y apalear con toda clase de instrumentos, a practicar sacrificios, a seleccionar a niños y mujeres, o a realizar los famosos pases de revista donde obligaban a los reclusos a desnudarse y permanecer de pie durante horas. Una vez completada la instrucción eran enviadas a los múltiples campamentos de concentración y exterminio». Cuando dejaban el «trabajo», la mayoría llevaba una vida «normal» con marido e hijos. «Así es -continúa la historiadora-. Eran mujeres corrientes, insignificantes desde un punto de vista laboral, porque hasta que no se alistaron en la Liga Alemana de Mujeres no tuvieron un especial protagonismo, eran mediocres. Eran analfabetas y la mayoría no había ido ni a la escuela. Y si lo pensamos bien, cualquiera podría haber sido nuestra vecina porque, aparentemente, eran personas normales. Hasta que un buen día se toparon con los ideales promulgados por un Hitler hipnótico que les hizo caer en sus redes. Ilse Koch tuvo tres hijos y aún así disfrutaba fustigando con su látigo a criaturas y bebés hasta la muerte». Mónica González Álvarez las ha clasificado en arcángeles y apóstoles. La denominación merece una explicación: «Ambos vocablos reflejan a la perfección quiénes fueron estas mujeres. Para aquellos que puedan pensar que hay un significado religioso detrás me temo que no lo encontrarán. La palabra "arcángel" representa un "espíritu bienaventurado" de orden medio entre los ángeles y los principados. Por lo que si buscamos una similitud con el caso de las siete supervisoras germanas nos encontramos con unos seres "venerados" por su régimen y que se encontraban entre Hitler (su Dios) y las SS (los principados). Ahora bien, las auxiliares restantes a las que describo como "Las 12 Apóstoles del Reich", serían aquellas que predicaron y difundieron entre sus más fieles seguidores la semilla de la doctrina aria. Sin ellas la figura del Führer jamás se hubiera podido perpetrar un exterminio tan devastador».
Herta Bothe, Gertrud Sauer y Herta Ehlert transportan un prisionero muerto
Kambach, Kessel, Haschke, Ehlert y Bothe, ya detenidas, en abril de 1945
Un plan asesino
Más terrible que el sadismo y la crueldad aterra pensar que la mayoría no estaban locas, sino que seguían un plan. «Después de leer las actas de los juicios, una se da cuenta que no solo ellas, sino todos los miembros que componían el Reich, creían fervientemente que no estaban haciendo nada malo, que todo era por el bien de la Humanidad. Limpiar el mundo de la lacra semita les hacía sentirse invencibles. Eran conscientes de la atrocidad y la consternación pero en ningún momento creyeron que estaban cometiendo crimen alguno. De hecho, ninguna se arrepintió de su comportamiento en los campos de concentración, todo lo contrario, se sentían de lo más orgullosas. Imagínese cuando algunas de ellas quedaron en libertad…». Tal era su comportamiento aterrador, que sus compañeros, curtidos nazis «les tenían miedo. Su sola presencia infundía pavor. Imaginémonos a las típicas mujeres de belleza aria, atractivas incluso, pero de talante rudo y mirada sádica, vestidas con botas altas negras y portando látigos, fustas o pistolas. Cuando caminaban por el campamento lo hacían buscando presas a las que torturar y eso se respiraba en el ambiente. Los prisioneros preferían morir en la cámara de gas que cruzar una sola palabra con cualquiera de ellas. Por eso sus camaradas preferían no llevarles la contraria y sus jefes intentaban mantenerlas contentas. Al fin y al cabo, ellas eran las dueñas y señoras de todo aquel horror. Si la Maldad existe, estas guardianas fueron sus principales representantes en la Tierra» (texto de Manuel de la Fuente, no ABC, com a devida vénia)