Segundo
o ABC, num texto de Armando Fernández-Xesta, “mientras los alemanes reñían en
las llanuras polacas la primera de las victoriosas campañas de la blitzkrieg,
París, igual que Londres, ordenaba a toda prisa la movilización de su ejército
para dar cumplida respuesta a la agresión germana. Considerada una potencia
militar, al menos tan poderosa como Alemania, Francia se reforzó, incluso, con
tropas llegadas de distintos puntos de su vasto imperio colonial. Pronto
desembarcaron también los primeros «tommies», como aún llamaban entonces a los
soldados británicos… Pero no hubo más. Los polacos esperaron en vano una
ofensiva de sus aliados en el Oeste que aliviara su más que precaria situación.
Pero sólo habría declaraciones y un ligero movimiento de tropas francesas en la
frontera con Alsacia y Lorena. Poco más que una escaramuza, que apenas supuso
un avance de algunos kilómetros en territorio enemigo. Luego las fuerzas
francesas se detuvieron. Pronto hubieron de retroceder a sus puntos de partida.
Se perdió así la oportunidad de invadir en fuerza y con éxito el sur de
Alemania en unos momentos en que todo parecía favorable para hacerlo. La
Wehrmacht tenía comprometida la mayor parte y lo más selecto de sus tropas en
el Este y su capacidad de montar una defensa en cualquier otro frente era a
todas luces remota, y aún para ello necesitaba tiempo. Tampoco cuando se
acabaron las operaciones en Polonia y el frente se estabilizó por casi medio
año, se decidieron los franceses ni sus aliados británicos a atacar. Toda la
iniciativa quedó en manos de Hitler y sus generales. La causa de tal pasividad
habría que buscarla en la doctrina militar francesa desarrollada tras la Gran
Guerra. Invadida Francia exitosamente por los alemanes en dos ocasiones en
menos de cincuenta años (en 1870 y en 1914), los generales galos se
obsesionaron en planificar fundamentalmente un sistema defensivo que evitara
una tercera invasión. Construyeron para ello una formidable línea fortificada,
la Maginot, considerada inexpugnable, y se parapetaron tras ella. Al abrigo de
sus fortines, túneles y casamatas, no se les ocurrió en ningún momento recordar
el viejo adagio de que «un ataque es la mejor defensa». Y así aguardaron en
vano que el enemigo se estrellara contra sus muros y parapetos. Gamelin, sus
generales y sus epígonos esperaban una guerra estática, repetición de la que
habían vivido en la contienda anterior. Pero 1939 no era 1914 y ni el Estado
Mayor francés ni por supuesto el inglés fueron capaces de darse cuenta de las
nueva táctica puesta en marcha por la Wehrmacht, una guerra de movimientos
rápidos y contundentes, la blitzkrieg, la guerra relámpago, que dejaba
obsoletas las tácticas de combate de veinticinco años atrás. Resguardados tras
su impresionante sistema defensivo, los ejércitos aliados esperaron pacientemente,
meses y meses, su derrota”