Segundo
o El Pais, num texto da jornalista Marta González, "el
Hotel Viru de Tallín fue un nido de espías del KGB. Cada movimiento de sus
huéspedes era vigilado. Hoy, un tour de su secretísimo piso 23 descubre el
apasionante y, con frecuencia, absurdo mundo del espionaje durante la Guerra
Fría. Cuando se construyó en 1972 no era sólo el edificio más alto y
esplendoroso de la ciudad. Era también el mejor hotel de la Unión Soviética. Un
destino en sí que merecía la pena conocer, tanto o más que la Estatua de la
Libertad de los enemigos estadounidenses. Solo que el Hotel Viru tenía
sus peculiaridades. Ya justo antes de inaugurarse mandaron a todos los
empleados una semana a su casa, el tiempo que necesitó el KGB para instalarse
subrepticiamente en el último piso. No en el piso 22, el último que aún hoy
marca el ascensor, sino en el último último, el 23, sede de sus
operaciones en la ocupada Estonia y centro de la red de escuchas que
atravesaba cada centímetro de esta mole de edificio.
Así
el Viru, con 1.000 empleados para un máximo de 800 huéspedes y servicios de
hostelería inimaginables en la época era un señuelo perfecto para visitar la
pequeña pero estratégica Estonia, un país a sólo 80 kilómetros de Helsinki que
ejercía, muy a su pesar, de frontera Oeste del gigante soviético. El
hotel lo tenía todo: hasta un cabaret donde se podían ver a mujeres medio
desnudas (la mitad espías) y un servicio de alquiler de coches (con conductor
incluido obligatoriamente). Las atenciones eran tales que había una mujer
apostada en cada ascensor (para apuntar quién y a qué hora salía de cada
habitación) y las camareras iban y venían con pomposos floreros (con micrófonos
dentro). Hasta aquí parece el escenario de cualquier lugar público en la Guerra
Fría. Pero el Viru llegaba mucho más lejos como instrumento del Gran Hermano
soviético: los huéspedes más especiales recibían las mejores
suits, las que al lado tenían un habitáculo secreto desde donde el KGB
controlaba los micrófonos y las cámaras fotográficas ocultas en la pared. Los
planos antiguos del edificio (hoy ya no existen ¿o sí?) muestran esta
distribución poco habitual.
Lo
más absurdo de esta historia es que todo el mundo sabía que el Viru era un
avispero de espías. Cómo no sospechar cuando era el único hotel donde Intourist,
la agencia de viajes soviética, permitía alojarse a los extranjeros. Y cómo no
sospechar de tal despliegue de saunas, espectáculos, restaurantes... hasta
médicos y bomberos tenía el Viru con el solo propósito de que nadie fantaseara con
la idea de salir del hotel. También era vox populi que el KGB habitaba
el último piso. Al menos las ventanas del piso 23 estaban tapizadas de negro,
pese a tener las mejores vistas de la ciudad. El tour de estas dependencias,
que se conservan intactas, muestra dos habitaciones continuas. En la primera un
cartel advierte de que «Para entrar se necesita un permiso del director del
hotel». Era solo el antiguo cuarto de la fotocopiadora, pero los soviéticos
temían que alguien osara utilizarla para reproducir propaganda subversiva. En
esta sala se conservan dos teléfonos, uno rojo, la línea directa con Moscú;
otro blanco, aparentemente normal... hasta que uno lo alza en la mano y
comprueba que pesa una burrada. Está lleno de metal para no dejar pasar las
ondas y era, por tanto, un teléfono seguro. La segunda sala fue
abandonaba precipitadamente por los agentes rusos en una sola noche. Está tal y
como la dejaron en 1991: abarrotada de equipos electrónicos, cámaras y antenas
que ponían en el techo para transmitir las escuchas. Todo es original.
Esta es la sala desde donde bloqueaban las ondas de radio que se emitían desde
Helsinki y desde donde mandaban cables a Moscú. También desde donde se
comunicaban con el resto de las oficinas de la KGB en Europa"