"Hoy quería hablarles de los mapas de autodeterminación. El caso más conocido, plasmado en un movimiento político de consecuencias progresivas y deslizantes, ha sido el de Flandes, antaño tierra de manufacturas y de asilo para los sefardíes. Junto a este, surge con fuerza, vigor y en un momento casi oportunista, el caso italiano de Padania. Dicha zona comprende los antiguos territorios del valle del Po y va desde los extremos de la mítica Trieste hasta Liguria, del Tirol del sur hasta Piamonte, extendiéndose en las versiones más triunfalistas hasta Umbria y Toscana. Es la Italia que trabaja, que registra patentes y paga impuestos, habituada a los reinos, principados y repúblicas, y como poca disposición a asumir los excesos del 'Mezzogiorno'. Pero sea como fuere, Bélgica es una invención de 1830 e Italia, tal como Alemania, una realidad romántica, natural y supuestamente espontánea, de los años 1860.
Todas las edificaciones son recientes, muy recientes. Un rasgo de Bélgica es el patriotismo lombardo o 'translombardo'. Y difícil, pero muy tentadora, es Escocia.
Escocia está integrada constitucionalmente en Reino Unido desde 1707, a pesar de que las coronas británicas esté unidas desde que los Tudor dieron lugar a los Stuarts, en 1603 con Jaime I (que la neoescolástica de Coimbra y Salamanca -Vitória, Suárez, Molina- siempre conocieron como Tiago I). Pese a esa inestabilidad de cuatro siglos, el nacionalismo escocés revive ahora. Y bien es verdad que siempre ha habido nostalgia de la bravura escocesa y que, en 1950, el robo de la piedra Scone -o piedra de la Coronación que, desde Eduardo I ha formado parte de dichos actos de todos los reyes ingleses- hizo despertar a una militancia adormecida.
Pero ahora es en serio. Los escoceses ya no se contentan con su 'autonomía' y el 'parlamento regional' que, a final de la década de los noventa, les concedió Tony Blair.
Ahora quieren un el referéndum de independencia en 2014 y con las condiciones que dicten los escoceses y no Westminster. Entre dichas reglas se incluye el derecho al voto de ciudadanos de 16 y 17 años, más tendentes a apoyar la independencia, y la creación de una comisión para regular y fiscalizar la consulta.
Esto podría culminas en una verdadera y propia independencia o, mucho más probablemente, en una 'autonomía abierta y progresiva' de carácter general. La clase política británica se opone a este extremo y, entre ellos, a la cabeza se sitúa David Cameron.
El actual primer ministro acepta el referéndum, pero si se hace de inmediato y bien, en tanto que los resultados de los sondeos son hostiles hacia la secesión, sin posibilidad de hipotéticas soluciones de medias tintas: los escoceses tienen que decidir ahora y una vez por todas, si quieren quedarse o si desea salir del Reino Unido. 'Tertium non datur'.
La separación de Escocia, que constituiría un precedente de consecuencias imprevisibles, provoca y seduce a algunas cancillerías europeas.
La emergencia de un nuevo país, que sería gradualmente europeísta por necesidad y por conveniencia, alteraría de modo fundamental los equilibrios geopolíticos del continente. Una Escocia de la dimensión de Dinamarca, financiada por lo que queda de petróleo en el Mar del Norte y por los Fondos de Cohesión en virtud de su 'pobreza', sería un enorme caballo de Troya anclado en Gran Bretaña.
Todo cambiaría, incluso en el ibérico sudoeste europeo, prácticamente estable también hace ya más de 400 años.
Y es ahí que las campañas ensordecen a los pueblos béticos, gaélicos y lusitanos. Con una crisis financiera inédita. con un gobierno centralista en Madrid, con los nacionalistas engrasados por décadas de autonomía, con los antiguos etarras en la esfera política, la Península puede conocer nuevos destinos... Ni todo lo que luce es oro, ni todo lo que reluce es financiero o económico" (texto publicado no El Mundo, com a devida vénia)
Todas las edificaciones son recientes, muy recientes. Un rasgo de Bélgica es el patriotismo lombardo o 'translombardo'. Y difícil, pero muy tentadora, es Escocia.
Escocia está integrada constitucionalmente en Reino Unido desde 1707, a pesar de que las coronas británicas esté unidas desde que los Tudor dieron lugar a los Stuarts, en 1603 con Jaime I (que la neoescolástica de Coimbra y Salamanca -Vitória, Suárez, Molina- siempre conocieron como Tiago I). Pese a esa inestabilidad de cuatro siglos, el nacionalismo escocés revive ahora. Y bien es verdad que siempre ha habido nostalgia de la bravura escocesa y que, en 1950, el robo de la piedra Scone -o piedra de la Coronación que, desde Eduardo I ha formado parte de dichos actos de todos los reyes ingleses- hizo despertar a una militancia adormecida.
Pero ahora es en serio. Los escoceses ya no se contentan con su 'autonomía' y el 'parlamento regional' que, a final de la década de los noventa, les concedió Tony Blair.
Ahora quieren un el referéndum de independencia en 2014 y con las condiciones que dicten los escoceses y no Westminster. Entre dichas reglas se incluye el derecho al voto de ciudadanos de 16 y 17 años, más tendentes a apoyar la independencia, y la creación de una comisión para regular y fiscalizar la consulta.
Esto podría culminas en una verdadera y propia independencia o, mucho más probablemente, en una 'autonomía abierta y progresiva' de carácter general. La clase política británica se opone a este extremo y, entre ellos, a la cabeza se sitúa David Cameron.
El actual primer ministro acepta el referéndum, pero si se hace de inmediato y bien, en tanto que los resultados de los sondeos son hostiles hacia la secesión, sin posibilidad de hipotéticas soluciones de medias tintas: los escoceses tienen que decidir ahora y una vez por todas, si quieren quedarse o si desea salir del Reino Unido. 'Tertium non datur'.
La separación de Escocia, que constituiría un precedente de consecuencias imprevisibles, provoca y seduce a algunas cancillerías europeas.
La emergencia de un nuevo país, que sería gradualmente europeísta por necesidad y por conveniencia, alteraría de modo fundamental los equilibrios geopolíticos del continente. Una Escocia de la dimensión de Dinamarca, financiada por lo que queda de petróleo en el Mar del Norte y por los Fondos de Cohesión en virtud de su 'pobreza', sería un enorme caballo de Troya anclado en Gran Bretaña.
Todo cambiaría, incluso en el ibérico sudoeste europeo, prácticamente estable también hace ya más de 400 años.
Y es ahí que las campañas ensordecen a los pueblos béticos, gaélicos y lusitanos. Con una crisis financiera inédita. con un gobierno centralista en Madrid, con los nacionalistas engrasados por décadas de autonomía, con los antiguos etarras en la esfera política, la Península puede conocer nuevos destinos... Ni todo lo que luce es oro, ni todo lo que reluce es financiero o económico" (texto publicado no El Mundo, com a devida vénia)
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