LA CATÁSTROFE DE LA INSUFICIENCIA
La más grave catástrofe ecológica de la historia de Gran Canaria no es obra exclusiva de los elementos (calor excepcional, viento) sino también de la insuficiente previsión, los míseros presupuestos prevencionistas, la ausencia de una estructura de vigilancia inteligente y las improvisaciones que todo lo anterior ocasiona en el enfrentamiento práctico al desastre. Es duro decirlo, pero sería peor callarlo.Los incendios de pasados veranos, también graves pero no apocalípticos como el actual, apenas han servido para estabilizar unos mecanismos de prevención eficientes. Bastó que un ciudadano de dudosa salud mental quisiera "llamar la atención", para contabilizar al día de hoy veinte mil hectáreas calcinadas, cinco mil personas desplazadas de sus hogares o alojamientos, instalaciones destruidas o inutilizadas, casas quemadas, etc.Los elementos naturales han sido importantísimos agentes de la desgracia, sí; pero la gestión para controlar su efecto ha delatado por enésima vez que no aprendemos a dimensionar el siempre latente riesgo. Sin calor y sin viento no habría incendio. Para lo que hay que estar preparados es precisamente para el calor y el viento, empezando por una correcta evaluación de las variables meteorológicas. Angustia el hecho de que este incendio, que el pasado domingo dieron por controlado, siga hoy su destructiva carrera en el sur de la Isla.La ola de calor estaba detectada en toda su magnitud una semana antes de hacerse sentir. ¿Hubo inspecciones de rastrojeras y cortafuegos, o instrucciones especiales a los vigilantes para hacer frente a los riesgos implícitos en la alta temperatura y la eventualidad del viento? Por fortuna no hay que lamentar víctimas humanas, pero su evacuación masiva es un trastorno emocional, económico y laboral que hay que compensar e indemnizar con mayor justicia que el de los daños materiales acordados ayer por el Gobierno de Canarias y el Cabildo insular.Las tensiones y conflictos entre ciudadanos cumbreros y responsables públicos, muchas veces motivadas por la presión que aquellos sufren para hacerles ceder sus propiedades a explotaciones más rentables, les inhiben de aplicar su larga experiencia a la prevención o extinción de los primeros focos del fuego, cuando son incipientes y aún susceptibles de control sin grandes medios. El excesivo proteccionismo puede derivar en desprotección cuando a unos no los dejan y otros no lo hacen. Es imprescindible resolver esas contradicciones, al tiempo que se multiplican los medios técnicos y humanos para prevenir y extinguir.Policía Local, Guardia Civil, bomberos, efectivos de Protección Civil y otros cuerpos, luchan heroicamente contra las llamas y evitan con eficacia el mal supremo de la pérdida de vidas humanas. Pero incluso ellos podrían multiplicar el rendimiento de su esfuerzo y minimizar su propio riesgo personal si los programas, las técnicas y los medios humanos guardasen entre sí la coordinación deseable. Sin ignorar que la catástrofe abate a veces las estructuras más sólidas y completas, el camino que aún hemos de recorrer es muy largo y no debe percibirse tan sólo en la debacle. La vuelta a la normalidad deberá ir en paralelo con una reformulación más seria, compartida y solidaria del proteccionismo forestal, clave de la conservación ecológica en las Islas y en un planeta demasiado expuesto ya a las hecatombes del cambio climático. Además de normalizar la vida de los ciudadanos afectados, e indemnizar justamente sus pérdidas económicas, habría que estar pensando en los medios de evitar en el futuro estas graves zozobras, admitiendo objetivamente que los disponibles han sido ineficientes. Pero hacerlo en caliente, cuando el fuego sigue arrasando hectáreas, e informar a la sociedad con absoluta transparencia (fonte: Editorial do La Provincia)
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