En Quinta Crespo, uno de los principales mercados de Caracas, pueden
cruzarse en un mismo día Beatriz, que lleva un brócoli que le costó un dólar y
será lo que coma durante dos días; el exvigilante Cruz, con unos pocos tomates,
un pimentón estropeado y una cebolla por los que pagó lo mismo que Beatriz; y Petra,
que trabajó toda su vida como auxiliar de docente en un preescolar y ese
viernes compró unos cuantos huevos por el doble de lo que pagaron Beatriz y
Cruz por los vegetales. Son pensionistas venezolanos y se les ha ido casi un
tercio de su pensión mensual, equivalente al salario mínimo, en esas compras
que estirarán para comer unos pocos días.
El ingreso mínimo vital en Venezuela está fijado en 130 bolívares, que equivalen a unos 5,4 dólares, vuelve a rozar niveles de miseria, tras una voraz devaluación de la moneda en los últimos meses, y se ubica como el más bajo de América Latina, seguido por los de Haití y Cuba que este 2023 están más cerca de los 100 dólares, por encima de los 57 dólares mensuales que según Naciones Unidas marca el umbral de la pobreza extrema. El salario que una parte de los venezolanos percibe en un mes alcanza para una bolsa de pan y un litro de leche, para apenas para un paquete de cuatro rollos de papel higiénico o una caja de 30 pastillas de un antihipertensivo genérico. No alcanza para pagar las tarifas de los servicios de luz, agua y teléfono en una vivienda.
La exigencia del aumento del salario mínimo y, con ello el consecuente
empuje de toda la escala salarial de la administración pública, ha impulsado
más de un millar de protestas en lo que va de 2023 en toda Venezuela. Los
maestros, profesores universitarios, trabajadores del sector salud y de las
industrias básicas han liderado las manifestaciones que se repiten a diario sin
que el Gobierno de Nicolás Maduro termine de anunciar medidas. La semana pasada
volvieron a salir a la calle y los docentes universitario hicieron un paro de
48 horas. “Pariremos los recursos”, dijo el mandatario hace días tras asegurar
que su administración vive una fase de “parto y resistencia” por las sanciones
internacionales de Estados Unidos. Este mes de marzo se cumple un año del último
ajuste del salario mínimo que se ha vuelto nada.
Hace unos días, en una protesta de los docentes, dirigentes del gremio
exigieron que se usen los recursos producto de la explotación del Arco Minero
del Orinoco, en donde se ha refugiado el Gobierno venezolano para suplir la
merma de los ingresos petroleros, para aumentarles el sueldo, cancelar lo que
les adeuda el Estado desde 2018 y restituir otros derechos laborales. Los
docentes pidieron a la Inspectoría del Trabajo intervenir en el conflicto que
los ha mantenido en la calle y los ha obligado a reducir las jornadas de clases
como manera de presión.
La manifestación no llegaba a 100 personas, pero estuvo fuertemente
vigilada por funcionarios policiales y de inteligencia del Gobierno. Allí
estaba Jorge Guerra, profesor de matemáticas y física, que percibe casi cuatro
salarios mínimos de sueldo (480 bolívares, unos 20 dólares) y se lo gasta
enteramente en el transporte para trasladarse hasta el trabajo. Como muchos
docentes, Jorge busca otros trabajos. “Un día trabajé como caletero y me gané
lo que gano todo un mes como docente, también he trabajado como ayudante de
pintura y gano mucho más”, dice. “He pensado en dedicarme a eso y no volver a
la docencia”.
La familia la sostiene su esposa que trabaja en el sector privado y
obtiene bonificaciones en dólares que le permiten pagar el alquiler de la
vivienda. Ese día, Jorge llevaba en su mochila los productos del Clap, el
programa a través del cual el Gobierno vende alimentos subsidiados que son
parte de la dieta de gran parte de los venezolanos. En muchas comunidades,
estos productos se intercambian por otros, un negocio de trueque que recicla
los alimentos que compra el Gobierno, bajo un esquema que ha sido señalado de
corrupción. El maestro sacaba bolsas y bolsas de harina para encontrar una lata
de sardinas y otra de jamón, las únicas proteínas que ese mes incluía su
asignación.
Noris, de 56 años, es funcionaria del Ministerio del Trabajo, y tras
casi 25 años de servicio devenga un poco más que el salario mínimo. Con ayuda
de su hijo mayor sostiene a sus dos hijos más pequeños con algunas estrategias
de supervivencia: rendir el pollo y la carne que pueden comer dos veces al mes
con calabacines y otros vegetales y no ha vuelto a comprarse ropa en años. En
Carnaval, el Gobierno repartió un llamado “bono de guerra” de 88 bolívares que
le permitió comprar un trozo de queso. “Esto es horrible, el dinero no alcanza
y no veo mejora”, dice la mujer.
Datos oficiales señalan que en Venezuela hay 5,5 millones de
trabajadores que pertenecen a la administración pública, a los que se suman
otros cinco millones de pensionistas, que perciben salario mínimo o sueldos que
por mucho no cubren la canasta alimentaria de una familia en Venezuela, que
algunas organizaciones calculan en 400 dólares mensuales. “Ganar ocho o diez
salarios mínimos en Venezuela aún te mantiene en pobreza”, dice el economista
José Manuel Puente.
“El problema de fondo es la devaluación y la inflación que ha devastado
el salario de los venezolanos. La inflación de enero fue de 39% y la anualizada
llega al 440%. Eso destruye la capacidad de compra de los salarios y estar
cerca del 50% mensual indica que la hiperinflación podría regresar después de
haber vivido el segundo episodio más largo de la historia”, advierte el
profesor del Instituto de Estudios Superiores Avanzados en Venezuela y de la IE
University y la Universidad de Salamanca en España.
La presión de la masa laboral ha llegado incluso a instancias de la
Organización Internacional del Trabajo. Hace unas semanas se logró la
instalación de una mesa técnica para discutir entre distintas organizaciones
sindicales un método de fijación del salario mínimo que resista mejor los
embates de una economía quebrada. Un año atrás, Nicolás Maduro subió el salario
de unos dos dólares mensuales a casi 30 dólares. Un alza gigantesca
nominalmente, pero que a la vuelta de un año se volvió insignificante porque el
tipo de cambio se multiplicó por cinco. El salario mínimo es tan bajo que hace
tiempo dejó de ser referencia para el sector privado, que en promedio paga 126
dólares mensuales a sus trabajadores de menor rango.
Para llegar a un método para fijar el salario mínimo se necesitan datos,
pero el Gobierno no publica información sobre las finanzas públicas desde hace
más de una década. En Venezuela se desconocen los ingresos y gastos y el
presupuesto de la Nación no es público. “La contención salarial es una política
de Estado para ahorrarse gastos, no entendemos por qué motivos, pero no tiene
ninguna justificación”, agrega Hermes Pérez, economista y exfuncionario del
Banco Central de Venezuela.
Pérez destaca que pese a la opacidad sobre la gestión gubernamental, los
reportes de exportaciones de la OPEP señalan que durante 2022 el Gobierno recibió
unos 18.000 millones de dólares de ingresos por venta de petróleo, casi 200%
más de lo que generó en 2020 cuando llegaron a 6.000 millones de dólares. Un
incremento, aun con las sanciones, producto del aumento de los precios de los
crudo tras la guerra de Rusia en Ucrania. “El Gobierno tiene ingresos para
pagar salarios superiores a los que paga”, afirma. Además, durante 2022, Maduro
incorporó un impuesto a las transacciones en dólares y el Gobierno aumentó su
recaudación en 86% con respecto al año anterior, unos 4.700 millones de dólares
adicionales, según ha dicho el organismo tributario.
El aumento del salario mínimo ha sido considerado durante años como
combustible para el alza de precios. Pero hoy, hasta el sector empresarial
integrado en la patronal Fedecámaras, se ha sumado al clamor de los sindicatos
por aumentarlo, para que esto redunde en un mayor poder adquisitivo que pueda
estimular el crecimiento. “La economía es 30% de lo que era hace una década, se
quedó enana, y cualquier cosa se hace sal y agua cuando no hay una coordinación
entre la política fiscal y la política monetaria. La única manera en que los
salarios tengan capacidad de compra es con aumentos de la producción y la
productividad”, advierte Puente.
La firma Ecoanalítica registró una caída de más del 23% en el volumen de
ventas en Caracas —que se comporta como una burbuja— con respecto a diciembre.
Este indicador da cuenta del frenazo que vive la economía y que acelera la
conflictividad por demandas salariales y el alza de los precios. Una situación
totalmente opuesta a la que se vivió a comienzos de 2022, cuando Maduro comenzó
con buen pie el año.
Esta semana la Universidad Católica Andrés Bello presentó una encuesta
sobre la situación psicosocial en el país que encontró que para 6 de cada 10
venezolanos consultados la principal fuente de estrés son los problemas
económicos. Y en el interior del país la situación puede ser aún más
devastadora. Del oriente del país, del pueblo de Güiria, Miguel, de 27 años,
emigró a la capital hace cuatro meses. Cuatro años antes ya se había retirado
de las Fuerzas Armadas, donde ganaba salario mínimo, para intentar sobrevivir
como agricultor.
“Uno trabaja y no alcanza para nada. Aquí uno no tiene ninguna clase de futuro”, dice desalentado. Desde que llegó a Caracas, todos los días comparte una acera bajo el sol con otros vendedores informales de verduras de Quinta Crespo. Así intenta generar ingresos que le permitan costearse la vida en capital y enviar dinero a su esposa, una docente que gana el sueldo mínimo, y las dos hijas que dejó en su pueblo (El Pais, texto da jornalista Florantonia Singer)
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