Corría
el año 1864 cuando el británico Johannes Badrutt convenció a sus amigos para
disfrutar del pequeño pueblo de St. Moritz, en los Alpes Suizos, durante el
invierno. Siempre lo habían hecho en verano y, para convencerles, se ofreció a
pagar de su bolsillo el coste del viaje en el caso de que no les hiciera sol.
La fortuna quiso que el astro rey brillara y que, desde entonces, la aldea, que
en 1830 apenas contaba con 200 habitantes, se convirtiera en epicentro del lujo
invernal. Hasta entonces, St. Moritz era muy conocida, especialmente por sus
aguas termales, reconocidas ya en época romana y que atrajo a mucha gente
durante el medievo (ABC)