Cuando hablamos de las
agencias de calificación solemos pensar en datos, estadísticas, números y más
números representados en tablas, gráficas y cuadros estadísticos que intentan
valorar de manera objetiva el riesgo de impago y deterioro de solvencia de
productos financieros, empresas o entidades públicas. Por ello mismo, parecen
formar parte de un sistema fundamentado en la ciencia y la razón, donde la
metodología nos permite anticipar, en mayor o menor grado, el futuro. Sin
embargo, se trata de una concepción que deja fuera de la ecuación el factor
humano, que es precisamente lo que la antropóloga social de la University of
London Alexandra Ourousoff ha analizado en su ambicioso último trabajo, Triple
A. Una anthropologue dans les agences de notation (Belin), tras pasar seis años
investigando a los analistas de Moodys, Fitch o Standard & Poor’s.
“El sistema económico no
está formado más que por seres humanos, y las decisiones están tomadas por
estos”, explica la autora a El Confidencial. “Esa es la misión de los
antropólogos, averiguar lo que hay dentro de su cabeza”. ¿Y qué es? En algunos
casos, una profesionalidad y competitividad que tienen como objetivo la
preservación del statu quo económico; en otros, “cómo la gente se siente
identificada con los valores dominantes, incluso cuando saben que son
incorrectos”. Algunos de los analistas que aparecen en el libro incluso temen
por el colapso del sistema y piensan en sacar todo el dinero del banco y
dejarlo todo para irse el campo. Un miedo que, según Ouroussoff, es también
irracional. “El sistema entero no puede derrumbarse, porque el sistema bancario
está ligado al del conjunto de la economía”, señala la autora respecto a los
efectos de la crisis.
La fiabilidad del sistema
En realidad, señala
Ourousoff, las agencias de calificación se comportan de manera muy diferente a
lo que la mayor parte de la población considera que es su comportamiento.
“Cuando presento un estudio me doy cuenta de que lo más difícil es hacer
entender a la gente que analizar datos es sólo parte de la actividad de las
agencias, ya que están entrenados para pensar que es lo único que hacen. Pero
las agencias también cambian el entorno para hacer las predicciones más
sencillas”. Las agencias establecen unos criterios que, al obligar a las
empresas a seguirlos, alteran su propia actividad económica. “Las agencias de
calificación no trabajan en un sistema puramente estadístico, y es algo que no
es de conocimiento público. Si miramos a las compañías que emiten los bonos y
hacen las titularizaciones, los ejecutivos viven bajo una enorme presión para
conseguir unas notas altas de calificación, porque cuando más bajo es el coste
del capital, más bajo es el coste de hacer negocio. Así que hay un gran
incentivo entre ejecutivos de todas las industrias para cumplir con los criterios
o fingir que lo hacen”.
“Al pasar tanto tiempo
dentro de las agencias de calificación, pude ver que en ese criterio hay una
muy poderosa asociación entre los bajos niveles de riesgo y la capacidad de la
compañía para controlar sus mercados. En otras palabras, el criterio de las
agencias de calificación es completamente inconsistente con los principios de
competencia del mercado”, explica Ouroussoff. “Si miras a las empresas
calificadas con una AAA, y no hay demasiadas, todas ellas controlan grandes
sectores del mercado, ya sean de electrónica o de automóviles, como Exxon Mobil
o Johnson & Johnson. Imagina qué beneficios pueden tener. La función es
canalizar capital barato a las compañías más grandes del mundo y servir sus
ansias de expansión. Desde este punto de vista, la predictibilidad creciente no
depende de los modelos, sino de la habilidad del capital de consolidar el
control de los mercados y reducir o eliminar competición”.
Ouroussoff recuerda que
la teoría clásica del capitalismo señalaba que la incertidumbre era parte
inherente del emprendimiento y que la consecución de los beneficios estaba
ligada a la adopción la toma de una serie de riesgos. Sin embargo, intentar
controlar estos niveles ha dado lugar a un cambio de valores en el mismo centro
del capitalismo, que refuerza la posición de las empresas de mayor tamaño.
“Estrictamente, así es, los nuevos valores contradicen lo que pensamos que es
el emprendimiento”. La autora explica de qué maneras las grandes empresas
escapan a la determinación de las agencias de calificación que, por grande que
sea su influencia, “no detienen la actividad emprendedora”.
“La primera es que las
grandes corporaciones tienen los recursos necesarios para ocultar sus
actividades de más riesgo o las que menos gustan a las agencias de calificación
a través de otras empresas. No hay que confundir eso con lo que ocurrió con
Enron, porque no es corrupción. No están tergiversando las ganancias ante sus
accionistas, sino que invierten en proyectos que en los años ochenta habrían
sido considerados como completamente válido”, indica Ourousoff. “Otra
importante fuente de actividad empresarial son las startups, que las grandes
compañías vigilan de manera muy estrecha. Las permiten desarrollarse hasta
cierto punto, y si ven dan beneficios, simplemente las compran. Probablemente
las que más sufren son las compañías de medio tamaño, ya que no tienen los
recursos de las grandes para mentir a las agencias de calificación”. Otro de
los mitos es el que señala que las agencias atienden únicamente a criterios
objetivos y matemáticos. De esa manera, el modelo sería cada vez más perfecto,
prácticamente infalible; pero no es así. “Si trabajas en un marco únicamente
estadístico, por ejemplo analizado variaciones del mercado, la información
probablemente mejorará el modelo y te servirá para aislar tendencias, pero no
servirá para prever los cambios en las tendencias. Todas las predicciones
tienen sus límites”, explica Ouroussoff.
La evaluación del riesgo
Uno de los problemas que
identifica Oroussoff es que, debido a que se presenta como un sistema
relativamente infalible, no deja ningún espacio a la posibilidad de que se
produzca un error externo a él. Es decir, en la terminología de George Lakoff,
no hay nada más allá del marco (racional) impuesto por las agencias de
calificación. “No hay ninguna presión para preguntase por los límites, puesto
que los líderes económicos están alcanzando las profecías que persiguen.
Recientemente los beneficios de las empresas americanas han alcanzado su máximo
histórico, así que desde que descubrieron que controlaban el tesoro de Estados
Unidos y que no había nada que temer, no hay ningún incentivo para cuestionar
ese marco de referencia. Desde el punto de vista de la industria económica
internacional, la crisis consolidó la sujeción de la economía”. En ello tiene
una gran influencia la dinámica de la especulación financiera, que no produce
bienes o servicios. “Los valores asociados a los préstamos de dinero son
completamente extraños a los valores del sistema capitalista, pero dominan la
actividad de todas las empresas que producen todo lo que usamos, como el escritorio
en el que estoy sentada”.
“La crisis financiera
pareció confirmar que el ‘beneficio del riesgo’, grandes beneficios a bajo
riesgo, era una ilusión, con el ejemplo de las hipotecas subprime o los MBS
(mortgage-backed security)”, explica Ourousoff. “Pero el fallo de ese modelo no
debe considerarse como la economía completa”. Para la autora, el descrédito
actual del sistema financiero nos lleva a realizar generalizaciones en muchos
casos erróneas. “No todas las emisiones de bonos y titulizaciones estaban
basados en malos cálculos, sino que hubo muchas compañías durante la crisis que
siguieron produciendo grandes beneficios a bajo riesgo. Ahora todo el mundo
está tan histérico con los bancos que olvidan que no son toda la economía, algo
que me sorprende”. Para Ourousoff, la clave está en el manejo de los mercados y
la concentración en unas pocas empresas de la mayor parte del negocio. “Estas
compañías tan grandes orientadas de vocación internacional simplemente
controlan sus mercados. Y de acuerdo con la teoría económica clásica, cuanta
menos competencia, menores son los riesgos y más puedes controlar los precios”,
sintetiza la antropóloga. “Desde el punto de vista de estas compañías, incluso
en el peor momento de la crisis, el sistema nunca estuvo en riesgo”.
La banalidad del analista
de mercado
El comportamiento de
algunos de los trabajadores que se encontró Ouroussoff es muy similar a aquel
que, en un contexto muy diferente (el Holocausto judío), Hanna Arendt
calificase como “la banalidad del mal”, y que se refiere a la maldad intrínseca
al sistema, no al individuo. “Mucha gente en el sistema que ve claramente las
contradicciones, no se engaña, pero tampoco hace nada, porque está siendo
coaccionada para llevar a cabo esas decisiones”. Ouroussoff considera que la
culpabilización de los engranajes del sistema “a estas alturas no va a
conseguir nada”, sobre todo en cuanto que el sistema se protege a sí mismo
culpabilizando de los fallos al hombre. “Ninguna institución tiene el poder de
cambiar la dinámica actual. Incluso aunque todos los analistas de Standard
& Poor’s y todos los ejecutivos corruptos manifestasen su asco, nada
cambiaría. Mientras el sistema siga produciendo beneficios, no hay ningún incentivo
para decir que está roto”. Por eso, las voces que se levantan contra el
sistema, como la de Greg Smith de Goldman Sachs son muy contadas y, si lo
hacen, deben estar dispuestas a afrontar el final de su carrera. “La gente que
está profundamente preocupada por los efectos del nuevo capitalismo es
irrelevante. Y la gente que trabaja en esas instituciones no puede hacer nada
porque perderían sus trabajos. Hablé con alguien de Goldman Sachs durante la
crisis y él decía ‘todo el mundo sabe que el sistema no funciona’ y yo le
respondí ‘¿por qué no dicen nada?’ Dijo que porque si alguien plantease dicha
cuestión, los managers dirían que no estás pensando en tu trabajo”.
Algo que ocurre de manera
semejante con las agencias de calificación de Estados y organismos públicos.
“La gente no se da cuenta de que los legisladores están bajo una tremenda
presión para cumplir con los criterios de las agencias para garantizar la
estabilidad y el crecimiento. Las agencias ejercen presión pero cuando un país
va increíblemente mal, como es el caso de España, no los tienen en cuenta”,
señala Ouroussoff. “No sé si la gente en España sabe eso, pero esos tipos de
Standard & Poor’s cogen un avión, llegan al Palace de Madrid y se reúnen
con todos los que quieren reunirse mientras los directivos se aterrorizan,
porque tienen pánico a que el capital internacional se marche”. Para
Ouroussoff, las agencias, debido a su impacto en inversiones –tanto en la
compra de deuda como en la inversión extranjera–, son “una fantástica
herramienta de manipulación”. En algunos casos, “para forzar privatizaciones,
bajar sueldos o hacer descender el precio de las empresas locales con el
objetivo de que las grandes compañías de Estados Unidos lleguen y las compren”.
En conclusión, señala
Ouroussoff, quizá su mayor descubrimiento fuese reconocer la gran distancia que
separa lo que realmente ocurre en el ámbito económico y cómo esto es presentado
para el consumo público. “Es muy difícil percibir qué es lo que realmente está
ocurriendo. Si miras a las compañías que manejan el ámbito internacional, no te
sorprenderá ver que la mayoría son americanas. Y la mayor parte de agencias de
crédito son americanas porque las corporaciones quieren a su propia gente
evaluándolos, no quieren a los chinos. No puedes competir con ellos, porque se
relacionan entre sí, comen juntos, son amigos”. Los más perjudicados?
Entre otras, las clases medias, que “probablemente estén condenadas. Creo que
las clases medias nunca llegarán a tener el nivel de bienestar que han gozado
durante las décadas posteriores a la guerra. Se acabó” (texto do El Confidencial,
com a devida vénia)