“Sin duda, uno de los momentos emblemáticos de la
Segunda Guerra Mundial fue el regreso, cargado artificialmente de dramatismo,
del general Douglas MacArthur a las Filipinas. Durante la invasión japonesa de
1941, las fuerzas combinadas norteamericanas y filipinas se habían visto
forzadas a retirarse de una posición a otra hasta las fortalezas de Corregidor
y Bataan, donde acabarían capitulando. Ante lo desesperado de la situación, y
al no poder socorrer a las fuerzas cercadas, se ordenó a MacArthur ceder el
mando, siendo evacuado a Australia. Es el momento en el que pronuncia,
descorazonado por esa decisión, la que después sería una de las citas icónicas
de la contienda: «Volveré».
Controversia
Sin embargo, la campaña por la liberación de las
islas fue extraordinariamente polémica. Los líderes de la US Navy no tenían
ningún interés en una campaña sin significado estratégico alguno, conscientes,
tras los encarnizados combates librados en las Salomón y en el Pacífico Central
—Gilbert, Marshall, Marianas, Palaos—, que la lucha en tierra contra los
japoneses sería muy dura y la ocupación de las Filipinas no les acercaría al
Japón. Por el contrario, confiaban en que su táctica del «salto de la rana» los
conduciría de forma más rápida e incruenta hacia el corazón del Imperio
Japonés. Sin embargo, MacArthur, al igual que el presidente Roosevelt y otros
altos cargos militares y civiles, eran conscientes de las graves implicaciones
políticas de dejar de lado a las Filipinas: militarmente, la campaña podía ser
un «capricho» del general, pero la decisión estaba tomada. El pueblo americano
tenía «el deber moral de socorrer a los filipinos». La invasión tendría lugar.
El 20 de octubre arribaba a Leyte la flota de desembarco estadounidense. El
asalto es un éxito y el progreso hacia el interior de la isla, continuo,
mientras la flota estadounidense destroza a la japonesa en la decisiva batalla
naval del Golfo de Leyte. Sin embargo, a medida que las fuerzas estadounidenses
se internan, la resistencia japonesa, como es costumbre, se vuelve
encarnizada, y de ello darán fe los combates por las Crestas Kilay o los
librados en el valle de Ormoc y su bahía. Pero, a finales de diciembre, la
batalla por Leyte está terminada y las fuerzas de los EEUU cuentan con las
necesarias bases aéreas y de suministro para pasar a una nueva fase de la
campaña. Mindoro es el nuevo objetivo y el 15 de diciembre las fuerzas americanas
desembarcan en la zona, tomando por sorpresa a las japonesas, que esperan el
ataque en Negros o Panay. En un mes la isla es conquistada, paso previo al
objetivo principal: Luzón y la capital de las Filipinas, Manila.
Más desembarcos
El 9 de enero de 1945 las tropas de los EEUU desembarcan
en Lingayen, cogiendo desprevenidas de nuevo a las fuerzas enemigas. La
resistencia filipina —de las más numerosas de toda la contienda y muy activa,
tanto a lo largo de este periodo como en toda la guerra— y las medidas de
«despiste» llevadas a cabo tienen un éxito total y los desembarcos se realizan
con una oposición testimonial, poniendo pie en Luzón más soldados que los desembarcados
el Día D en Normandía. Mientras, los japoneses se concentran en el interior,
sin apoyo naval y con el aéreo reducido a su mínima expresión. El general Yamashita
dividirá sus fuerzas en dos, un grupo de combate en la zona montañosa del
norte y otro destinado a la defensa de Manila, intentando que los aliados, estadounidenses
y filipinos, se estrellen contra sus posiciones y alargar así la campaña lo
máximo posible.
Combates callejeros
La defensa articulada por Yamashita es excepcional.
Los aliados se verán obligados a realizar un esfuerzo mucho mayor de lo
previsto para conquistar Luzón. Al desembarco inicial en Lingayen, le siguen
otros en diversos puntos de la isla —San Antonio, Nasugbu, etc…— y, a pesar de
las pérdidas y de la dureza de la lucha, el avance y el cerco sobre la capital
se completa. El 3 de febrero comienza la Batalla de Manila, que se prolongará
durante un mes en una serie de intensos combates callejeros totalmente atípicos
en la guerra del Pacífico. Un mes más tarde, los aliados pueden anunciar que
la conquista de la ciudad es total, aunque las operaciones en el resto de
Luzón, hacia el sur y norte de la isla, continuarían hasta junio. Mientras
tanto, en marzo, se produce un nuevo desembarco en Mindanao, si bien el fin
de las operaciones de limpieza de esta isla —una campaña de nuevo muy
contestada por su poco sentido estratégico— y la capitulación oficial de las
fuerzas de Yamashita no serían efectivos hasta después de la rendición
incondicional del Japón el 15 de agosto de 1945.
La Batalla de Manila
Durante un mes, las fuerzas estadounidenses y
filipinas se enfrentaron a la fortificada guarnición japonesa de Manila en
una fiera lucha casa por casa, similar a los combates urbanos que,
excepcionales en el Pacífico, fueron norma en el frente europeo y que acabaron
con la destrucción de la ciudad y sus edificios, rica herencia cultural
hispano-filipina. El salvajismo de las fuerzas niponas durante la lucha tiene
únicamente parangón con su comportamiento en la ocupación de Shanghai en
1937. Los cálculos de bajas civiles, tanto las ocasionadas por los combates
como por los asesinatos premeditados ejecutados por los japoneses, oscilan
entre 90.000 y 100.000, un número de víctimas similar al que causaría la bomba atómica
lanzada sobre Hiroshima” (fonte: ABC, com a devida vénia)