terça-feira, outubro 07, 2014

História: “Y MacArthur volvió a Filipinas”


“Sin duda, uno de los momentos emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial fue el regreso, cargado artificialmente de dramatis­mo, del general Douglas MacArthur a las Filipinas. Durante la invasión ja­ponesa de 1941, las fuerzas combina­das norteamericanas y filipinas se ha­bían visto forzadas a retirarse de una posición a otra hasta las fortalezas de Corregidor y Bataan, donde acaba­rían capitulando. Ante lo desespera­do de la situación, y al no poder soco­rrer a las fuerzas cercadas, se ordenó a MacArthur ceder el mando, siendo evacuado a Australia. Es el momen­to en el que pronuncia, descorazona­do por esa decisión, la que después se­ría una de las citas icónicas de la con­tienda: «Volveré».

Controversia

Sin embargo, la cam­paña por la liberación de las islas fue extraordinariamente polémica. Los líderes de la US Navy no tenían ningún interés en una campaña sin significado estratégico alguno, cons­cientes, tras los encarnizados com­bates librados en las Salomón y en el Pacífico Central —Gilbert, Marshall, Marianas, Palaos—, que la lucha en tierra contra los japoneses sería muy dura y la ocupación de las Filipinas no les acercaría al Japón. Por el contrario, confiaban en que su táctica del «salto de la rana» los conduciría de forma más rápida e incruenta hacia el cora­zón del Imperio Japonés. Sin embargo, MacArthur, al igual que el presidente Roosevelt y otros altos cargos milita­res y civiles, eran conscientes de las graves implicaciones políticas de dejar de lado a las Filipinas: militarmente, la campaña podía ser un «capricho» del general, pero la decisión estaba toma­da. El pueblo americano tenía «el de­ber moral de socorrer a los filipinos». La invasión tendría lugar. El 20 de octubre arribaba a Leyte la flota de desembarco estadouniden­se. El asalto es un éxito y el progreso hacia el interior de la isla, continuo, mientras la flota estadounidense destroza a la japonesa en la decisiva batalla naval del Golfo de Leyte. Sin embargo, a medida que las fuerzas estadounidenses se internan, la resis­tencia japonesa, como es costumbre, se vuelve encarnizada, y de ello darán fe los combates por las Crestas Kilay o los librados en el valle de Ormoc y su bahía. Pero, a finales de diciembre, la batalla por Leyte está terminada y las fuerzas de los EEUU cuentan con las necesarias bases aéreas y de suminis­tro para pasar a una nueva fase de la campaña. Mindoro es el nuevo objetivo y el 15 de diciembre las fuerzas america­nas desembarcan en la zona, toman­do por sorpresa a las japonesas, que esperan el ataque en Negros o Panay. En un mes la isla es conquistada, paso previo al objetivo principal: Luzón y la capital de las Filipinas, Manila.

Más desembarcos

El 9 de enero de 1945 las tropas de los EEUU desem­barcan en Lingayen, cogiendo despre­venidas de nuevo a las fuerzas ene­migas. La resistencia filipina —de las más numerosas de toda la contienda y muy activa, tanto a lo largo de este periodo como en toda la guerra— y las medidas de «despiste» llevadas a cabo tienen un éxito total y los desem­barcos se realizan con una oposición testimonial, poniendo pie en Luzón más soldados que los desembarcados el Día D en Normandía. Mientras, los japoneses se concen­tran en el interior, sin apoyo naval y con el aéreo reducido a su mínima expresión. El general Yamashita di­vidirá sus fuerzas en dos, un grupo de combate en la zona montañosa del norte y otro destinado a la defensa de Manila, intentando que los aliados, es­tadounidenses y filipinos, se estrellen contra sus posiciones y alargar así la campaña lo máximo posible.

Combates callejeros

La defensa arti­culada por Yamashita es excepcional. Los aliados se verán obligados a rea­lizar un esfuerzo mucho mayor de lo previsto para conquistar Luzón. Al desembarco inicial en Lingayen, le siguen otros en diversos puntos de la isla —San Antonio, Nasugbu, etc…— y, a pesar de las pérdidas y de la dureza de la lucha, el avance y el cerco sobre la capital se completa. El 3 de febrero comienza la Batalla de Manila, que se prolongará durante un mes en una serie de intensos combates callejeros totalmente atípicos en la guerra del Pacífico. Un mes más tarde, los alia­dos pueden anunciar que la conquista de la ciudad es total, aunque las ope­raciones en el resto de Luzón, hacia el sur y norte de la isla, continuarían hasta junio. Mientras tanto, en marzo, se pro­duce un nuevo desembarco en Minda­nao, si bien el fin de las operaciones de limpieza de esta isla —una campaña de nuevo muy contestada por su poco sentido estratégico— y la capitulación oficial de las fuerzas de Yamashita no serían efectivos hasta después de la rendición incondicional del Japón el 15 de agosto de 1945.

La Batalla de Manila

Durante un mes, las fuerzas es­tadounidenses y filipinas se enfren­taron a la fortificada guarnición ja­ponesa de Manila en una fiera lucha casa por casa, similar a los comba­tes urbanos que, excepcionales en el Pacífico, fueron norma en el frente europeo y que acabaron con la des­trucción de la ciudad y sus edificios, rica herencia cultural hispano-fili­pina. El salvajismo de las fuerzas ni­ponas durante la lucha tiene única­mente parangón con su comporta­miento en la ocupación de Shanghai en 1937. Los cálculos de bajas civiles, tanto las ocasionadas por los comba­tes como por los asesinatos preme­ditados ejecutados por los japone­ses, oscilan entre 90.000 y 100.000, un número de víctimas similar al que causaría la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima” (fonte: ABC, com a devida vénia)