Dicen los locales que esta minúscula isla no está ahí para ser el
destino de cualquiera, sino solo para viajeros especiales, aquellos que saben
disfrutar de la naturaleza, del silencio y, sobre todo, de las playas más solitarias
de las islas Canarias. Con apenas 29 kilómetros cuadrados de extensión, La
Graciosa es una de las pocas zonas de la Unión Europea donde todavía no hay
carreteras asfaltadas. Ni falta que hace. Su belleza es tal como está que no
dan ganas de que nadie ‘meta mano’ para crear infraestructuras que no se echan
de menos. Se trata de una isla llana, con cuatro conjuntos volcánicos bien
diferenciados y dos localidades por descubrir. Por un lado, Pedro Barba, el
segundo asentamiento humano que colonizó la isla, hoy transformado en resort.
Es una aldea de casas bajas y muros gruesos, luz exuberante y a un paso de
playas de ensueño. Por otro, Caleta de Sebo, en donde también imperan las casas
blancas y calles de arena, en la que viven muchos de los pescadores que faenan
en uno de los bancos de pesca más ricos del mundo (motivo por el que se fundó
el pueblo a mediados del siglo XIX) (fonte: ABC)