Escreve
o ABC, num texto da jornalista ÉRIKA MONTAÑÉS EMONTANES que «Pippi Långstrump
(Pippi Calzaslargas en España) representa el Estado del bienestar sueco», el
bien o mal llamado «modelo social» de este país escandinavo. La niña creada por
la autora Astrid Lindgren es una huérfana rebelde de 9 años, que se vale por sí
sola acompañada de sus animales y amigos -el caballo y el monito-, que ha
perdido a su madre y que tiene a su padre trabajando allende los mares. No son
estas características las que la convierten, al decir del eminente escritor,
historiador y editor jefe del periódico «Dagens Nyheter» Henrik Berggren, en el
arquetipo del ciudadano sueco, pero sí se descubren en ella rasgos
paradigmáticos en estas tierras: la percepción individualista del mundo, la
relación que se establece con la familia y su autonomía personal.
En
una visita organizada por el Instituto Sueco (Swedish Institute-SI) ante un
grupo de periodistas procedentes de lugares tan diversos como Georgia, Vietnam
o Angola, el profesor Berggren dibuja una pirámide y un mapamundi que divide al
planeta conforme a varios patrones: el de Suecia es aquel en el que se combinan
valores seculares tradicionales con una visión moderna, libre y abierta de la
sociedad; aquel en el que la relación más importante que cimenta la sociedad es
la que se forja entre el individuo y el Estado. En otros modelos como el
estadounidense la vinculación crucial es la del individuo y la familia; y el
germano se basa en la relación del núcleo familiar con el Estado («en Alemania,
el Estado da ayuda a la familia y sociedad civil para aumentar el nivel de bienestar,
dejando de lado al invididuo», sostiene Berggren).
En
esa panorámica, España se construye sobre una base familiar, donde «si alguien
se queda en paro, recurre a su casa en primer lugar», compara el profesor, pero
en Suecia las cosas funcionan de otra manera. No se concibe, de buenas a
primeras, tal anclaje a la familia: «No se trata de una sociedad antifamiliar,
pero se entiende a la familia como algo voluntario. Se parte del concepto del
"free love", que deviene en que no hay obligación en el acto de amar
a los padres en Escandinavia. En Suecia, el Estado defiende y ayuda
directamente al individuo, que es la unidad más pequeña e importante de la
sociedad». Este átomo del que parte toda la materia sueca se vislumbra, por
ejemplo, en la devoción, con una sociedad eminentemente luterana que no presume
de religiosidad, sino que pone énfasis en la relación del individuo con Dios,
«eso es lo valeroso». Sucede algo similar también en la vida en pareja:
explican demógrafos y estadistas consultados en Estocolmo que el modelo
familiar sueco es más pequeño y más individualizado que en otros de sus vecinos
europeos.
Se
trata en este caso de una cultura mixta: pocas sociedades como la sueca pasan
tanto tiempo con sus hijos, pero al mismo hay elevados índices de divorcio, o
disoluciones de la convivencia. «Muchos no se casan: pasan 10-15 años juntos
con los mismos derechos que un matrimonio, y consideran que es lo mismo que si
fuesen cónyuges. Llegado el momento, ponen fin a su unión pero conservan la
custodia compartida de los niños, al 50%, así que ese vínculo existe para
siempre», alega el profesor Berggren.
La
democracia eleva los parámetros del bienestar
La
democracia forma parte de los mimbres de la nación. En una sociedad de libre
acceso a la información pública y sexta en nivel de transparencia de sus
legisladores, aplican principios democráticos de igualdad de oportunidades y
tolerancia a cada una de las normas del bienestar que sacan adelante. Muchos,
al llegar a Suecia -con un tercio de la población nacida fuera del país, un
porcentaje muy elevado- se preguntan cómo es posible que tengan un sistema
sanitario gratuito, educación e infraestructuras a mano para todos... Y hay una
frase que desde que aterrizas en Estocolmo no dejas de escuchar en un sinfín de
conversaciones: «Thank you for paying taxes for me (Gracias por pagar impuestos
por mí)».
En
una de esas charlas ocasionales, una trabajadora comunitaria comenta cómo ella
no se ha beneficiado de gran parte de las tasas que paga, porque no es madre,
es soltera y en más de de ocho años en Suecia no se ha puesto enferma, así que
no ha tenido que recurrir a estos servicios hospitalarios, que en esta
península escandinava se gestionan a nivel regional (se distinguen 20 condados
y 290 municipalidades). Al otro lado, el interlocutor es un irlandés casado con
una ciudadana de Estocolmo, Ken Byrne, padre de una bellísima niña de 20 meses
de nombre Ella y con un segundo bebé en camino. Ken agradece que a otros les
devenguen tasas para que él tenga acceso a guarderías gestionadas por cada
ayuntamiento, que tenga derecho a un beneficioso permiso de paternidad y que
piense en su futuro con un colegio que dará de desayunar y comer gratis a sus
hijos a partir de los 6 años y durante toda la edad escolar. O una universidad
a la que a buen seguro -como el 90% de las personas aquí- irán sus vástagos con
unos privilegiados subsidios y préstamos.
De
una forma algo extraña, a todos los suecos preguntados no parece importarles
demasiado que se vaya del orden del 29 al 46% de sus impuestos (un 44,4% de
promedio), en función del salario, porque saben el cobijo estatal que ello les
proporciona. Ibrahim Hamdan opina desde un campo de terreno neutral: él es
palestino, lleva 45 años en Estocolmo y conduce dos días a la semana el taxi
con que nos desplaza al hotel. Piensa que para la economía sueca fue un «filón»
no entrar en el euro, con el rechazo propiciado por el referendo popular en
2003, y que gracias a eso han podido mantener este nivel de bienestar. Él paga
un 29% de impuestos porque su salario no es muy elevado, «varía mucho el
porcentaje en función de la compañía para la que trabajes», dice mientras se
compara con la fábrica de Ericsson que deja en el flanco derecho de la vía de
entrada a Estocolmo y afirma encontrarse «muy satisfecho de lo que se hace con
sus “taxes”»: «Mis hijos han permanecido en las aulas siempre bien atendidos y
de forma gratuita, después han podido estudiar subvencionados en la Universidad
de la capital gracias a unos incentivos estatales y también a la petición de un
préstamo que a intereses bajos van devolviendo poco a poco una vez han
encontrado su primer trabajo».
La
Hacienda sueca es la institución en la que más confían los residentes
curiosamente
Sobre
esos dos temas introducidos en la conversación con el simpático Ibrahim, el
sistema educativo y el fiscal, la visita nos lleva hasta dos instituciones que
se cuentan, curiosamente, entre las que suscitan «más confianza» por parte del
ciudadano raso sueco: la Hacienda y el CSN, el organismo que recibe, tramita y
autoriza las solicitudes de ayudas, becas y préstamos estudiantiles (para
900.000 alumnos cada año). En Suecia, las agencias y organismos públicos son
independientes, «ningún ministro puede meter mano en las operaciones diarias de
esta entidad, ni se encuadran en el organigrama de un Ministerio determinado»,
suscribe Hans Sundström desde la Kammarkollegiet, la autoridad fiscal y civil
más antigua de Suecia. En la CSN, Carl-Johan Stolt, Klas Elfving y
Ann-Christine Witting explican los tramos de ayuda que se distribuye a los
estudiantes desde los 16 años, en el caso universitario desde los 20 hasta los
54 (será hasta los 56 desde el próximo 1 de julio de 2014) y que recibirán
durante seis años de carrera. Esos créditos comenzarán a devolverse un semestre
después de haber finalizado los estudios y siempre que se haya conseguido un
trabajo. El interés es bajo, oscila entre el 5 y el 7% por término medio. La
edad límite para devolver el dinero sería los 68 años, o por defunción (en cuyo
caso, no hereda nadie la deuda, sino que la asume el Estado). En total, el
Ejecutivo sueco gasta el 2,5% de su presupuesto en esta materia.
Por
otro lado, en la Hacienda sueca llama la atención -como explica su coordinador
Arne Jacobsson- la tramitación de las declaraciones de la renta por SMS y por
internet de una forma muy veloz, pero sobre todo cómo se ha conseguido que cale
entre la sociedad aquello de «una sociedad donde cada uno está dispuesto a
pagar su parte justa». El experto Sundström lo comenta con otras palabras: «Todo
el mundo entiende que tanto la Hacienda, la Policía, los políticos, la
administración, usan sus impuestos de una forma efectiva, que son limpios los
ciudadanos y también sus representantes».
Fue
en 1539 cuando el Rey Gustav Vasa estableció una Cámara especial para autorizar
los recursos y el dinero público recaudado, que se llamó Kammarkollegiet. En
esta sede, su portavoz Hans Sundström asegura que «no es que no haya corrupción
en Suecia, sino que aquí es mucho más fácil detectarla y castigarla», y recuerda
aquel tímido caso que ahora en España no pasaría de una anecdótica factura de
la líder del Partido Socialdemócrata, Mona Shalin, que destapó el «escándalo
Toblerone» por usar su tarjeta de crédito reservada a los parlamentarios para
adquirir unas barritas de chocolate en un aeropuerto. La trayectoria política
de Mona se agotó al ser descubierta por la prensa sueca.
Apego
al pasado rural y economía fuerte
Acostumbrados
a copar las clasificaciones mundiales en diversos aspectos desde la igualdad
entre sexos hasta la calidad de la banda ancha, los suecos tienen clara su
visión de futuro. Lo que pocos conocen es que es una sociedad transformada en
poco menos de un siglo de una sociedad agraria al Estado del bienestar
altamente desarrollado que es hoy el país. Y en cierto modo la mentalidad sueca
se aferra a ese pasado rural y sienten gran apego por sus tradiciones. A lo
largo de los últimos 50 años, Suecia ha atravesado grandes cambios demográficos
y actualmente se da una migración de ida y vuelta. Es un país que abriga al
0,14% de la población mundial, unos 9,4 millones de habitantes concentrados en
el área meridional del país, y con una densidad muy baja de 21 habitantes por
kilómetro cuadrado para el tercer país en superficie de Europa, solo por detrás
de Francia y España.
Compaginan
una economía de mercado con empresas punteras como Volvo, IKEA y H&M, otras
de tecnología pionera como Skype y Spotify, y la defensa de los parámetros de
la igualdad desde la fase preescolar hasta el propio lugar de trabajo. Una visita
a varias instalaciones da buena cuenta de ello. La especialista de la Oficina
Nacional de Estadística de Estocolmo Helen Marklund está convencida de que el
hecho de que las mujeres suecas vayan en cabeza de las europeas en índice de
natalidad (1,9 frente a 1,5 niños por fémina) está indisolublemente ligado a
las decisiones que se adoptan en la arena política. Y lo ejemplifica: «Tras el
nacimiento de un hijo, el trabajo parcial computa como jornada completa a
efectos de recibir el subsidio o seguro parental a que tiene derecho una
persona para el siguiente hijo, si éste nace en los siguientes 30 meses». Como
el caso del irlandés Ken, que trabaja en el sector de las telecomunicaciones
como ingeniero, y que aguarda a su segundo bebé, que nacerá dentro de ese
periodo auspiciado por el Riksdag o Parlamento sueco. La edad media a la que
las mujeres en Suecia tienen a su primer niño es 29 años, 31 en el caso de
ellos.
Los
padres tienen derecho a 480 días de derecho de paternidad, pasan ese tiempo con
sus hijos de forma remunerada. Pueden repartirse esos 16 meses como quieran,
salvo 60 días reservados para el padre y otros tantos para la madre. El resto
pueden distribuírselo al 50%, recibiendo así jugosos incentivos de 1.050 euros
por hijo y año hasta los 16 años del niño. El mensaje es claro: que ellas no
tengan que elegir entre sus carreras profesionales y/o desarrollo personal, que
puedan combinar su quehacer laboral con la procreación.
El
sistema de salud está íntimamente ligado a la seguridad social, así que toda
persona que trabaje y viva en Suecia tiene acceso a la atención
médico-sanitaria. Una persona enferma recibe durante el tratamiento, por lo
general, el 80% del salario, con excepción del primer día, cuando no se recibe
nada. Eso sí, hay un límite anual de gastos tanto de consultas (1.100 coronas
suecas, unos 121 euros) como de prescripciones médicas (2.200 coronas suecas,
el doble, 242 euros).
Suecia
se distingue en el cuidado a sus ancianos gestionado por los municipios
Si
un sueco pierde su trabajo, aunque la tasa de desempleo ronda un anodino índice
del 5%, recibe la paga de paro forzoso proporcional a su último salario, ya que
se está amparado por un completo programa de seguro de desempleo. Hay, además,
una prestación de ingresos supletorios para quienes no tengan derecho al
subsidio de desempleo ni a la prestación por enfermedad.
Suecia,
además, se distingue de otros países europeos por el hecho de que aquí no son
los hijos adultos los que contraen la obligación de prestar alimentos y
cuidados a sus mayores, sino que lo hace el Estado y los ayuntamientos por
ellos, que abonan pensiones y organizan la asistencia en los domicilios de los
ancianos para conseguir que la mayor parte de estas personas no tenga que salir
de sus hogares. «Recibir los cuidados de la sociedad no es nada para
avergonzarse en este país», dicen los expertos consultados.
Así
que, en resumidas cuentas, la tributación diferenciada, la asistencia infantil
municipal, el derecho a la licencia parental y la asistencia a las personas mayores
dentro de un reciente pero vigoroso sistema público conforman los cuatro
puntales de este modélico Estado del bienestar sueco”.