“Hay fotografías aparentemente inocentes que persiguen a los
políticos durante todas sus vidas. Aznar se fotografió para El País Semanal
vestido del Cid Campeador antes de ser presidente y la imagen se ha
desenterrado en varias ocasiones para venir a decir que el ex mandatario
siempre se vio a sí mismo como un cruzado y un campeón de las Españas. En los
años de gobierno socialista, se solía hablar de "la foto de la
tortilla", la imagen mitificada de un picnic setentero en la que aparecían
Felipe González, Alfonso Guerra y bastantes de los que después gobernarían el
país durante décadas. La implicación era: ese es el núcleo duro y quien no se
comió la tortilla no está en el ajo. Ambas fotos son cómicamente blancas
comparadas con el retrato de juventud que ha marcado la carrera política del
primer ministro británico, David Cameron, y del alcalde de Londres, Boris
Johnson.
Tomada en 1987, en la foto aparecen los dos líderes, vestidos
con el clásico frac y pajarita blanca, con peinados muy New Romantic y rodeados
del resto de sus compañeros del Bullingdon Club. Esta institución, a la que los
iniciados llaman afectuosamente "Bullers", acoge a un grupo selecto
de estudiantes de Oxford provenientes de las escuelas privadas más elitistas.
Al contrario que Skull & Bones y otras sociedades secretas de las
universidades de la Ivy League, Bullers tiene poco misterio y menos aparataje
político-cultural. La principal actividad de los miembros del club es quedar
para cenar y beber, comportarse de una manera atroz, destrozar el local
escogido y dejar después al dueño del local un cheque para pagar por los
desperfectos. El ministro de Economía británico, George Osborne, también
perteneció al club, aunque en años distintos.
La foto emergió cuando Cameron y Johnson empezaban a escalar posiciones
en el Partido Conservador en la década pasada y desde entonces reaparece
periódicamente, para suprema mortificación de ambos. Cameron dijo en 2009 que
se siente "completamente, desesperadamente avergonzado" de la foto y
que "de joven uno hace cosas de las que luego se arrepiente". Johnson,
como acostumbra, tiró de verbo más florido para distanciarse también: "Es
una viñeta verdaderamente vergonzosa de una arrogancia casi sobrehumana".
Da igual lo que digan. La foto sigue ahí, con su poderoso magnetismo. Esta
misma semana ha vuelto a la palestra por dos motivos. John Oliver, el cómico
británico que presenta el programa satírico Last Week Tonight en Estados
Unidos, la utilizó en su brillante segmento sobre el referéndum escocés, que se
ha convertido en un éxito viral. "Miren a David Cameron–dijo–tiene la cara
de un tipo que, cuando salen los criados en Downton Abbey, le da al fast
forward".
El segundo motivo es el estreno hoy en Gran Bretaña de la
esperada película The Riot Club, de la directora de An Education, Lone Sherfig.
El filme es la adaptación de la obra de teatro Posh, de la joven dramaturga
Laura Wade, que causó bastante revuelo al estrenarse en Londres en 2010. Por
mucho que se empeñe Wade en señalar que el "Riot Club" de su libreto
no es necesariamente el Bullingdon Club, digamos que ambos se parecen como un
chaqué a otro chaqué. En el filme, los
miembros del Riot Club quedan, se ponen sus trajes, se emborrachan hasta lo
indecible y siguen adelante con bien financiadas juergas hasta que un día, en
un pub, algo va estrepitosamente mal. Como si Historias del Kronen se cruzase
con la escenografía de Retorno a Brideshead. Varios críticos han señalado que
la película desactiva algo de la crítica que contenía la obra de teatro y que,
queriendo o sin querer, glamouriza a esos pequeños bastardos. También se ha
señalado la ironía de que una película supuestamente hecha para denunciar los
excesos de los cachorros de la clase alta esté protagonizada por, ejem, un
puñado de cachorros de la clase alta. Aparecen Max Irons, hijo de Jeremy, y
Freddie Fox, hijo del actor Edward Fox. Ambos son ex alumnos del elitista
colegio Bryanston. Más controvertido aún es el hecho de que produzca el filme
Peter Czernin, heredero de una fortura de más de dos mil millones de libras y
ex compañero de piso y de curso en Eton de David Cameron.
En cualquier caso, y aunque la película no pueda evitar el dotar
a estos jóvenes de cierto carisma –al fin y al cabo, son guapos y brillantes–,
también pone en evidencia que la actual clase dirigente tiene graves problemas
de desconexión con sus gobernados, no sólo de clase sino también de género. De
hecho, la película añade personajes femeninos que la obra de teatro no tiene.
Está Lauren (Holliday Grainger), una chica de escuela pública que se enrolla
con el protagonista y le señala la injusticia de ese enrarecido mundillo,
Rachel (Jessica Brown Findlay, Lady Sybil en Downton Abbey) y Charlie (Natalie
Dormer, de Juego de Tronos), una prostituta a la que los chiquillos le piden
que se ponga a cuatro patas debajo de la mesa durante la cena, para hacer de
perro. Muchos comentaristas señalan que hay una línea directa entre el machismo
rampante inherente al Bullingdon Club (o el Riot Club, lo mismo da) y el
comportamiento actual de esos dirigentes, que van mucho más allá de la política
y copan también la banca, la gran empresa y los medios de comunicación. De
Cameron se ha dicho muchas veces que tiene un "problema con las
mujeres", y no el tipo de problema-con-las-mujeres que tiene François
Hollande, sino otro más grave. Aunque ha intentado desde el inicio de su
carrera labrarse una imagen de hombre moderno que comparte al 50% el cuidado de
sus hijos, ha habido momentos, como cuando le dijo a una diputada laborista
"cálmate, cariño" en la Cámara de los Comunes, con tono de enorme
condescendencia, en los que le ha traicionado el gen Bullingdon. A veces, una
frase –o una foto– echan por tierra años y años de esmerado trabajo de spin
doctors y relaciones públicas” (texto do El Pais, com a devida vénia)