“Finales de
abril de 1945. Berlín es sólo una sombra de la ciudad que un día fue durante el
Tercer Reich. En las calles donde antes paseaban orgullosas a paso de ganso las
tropas de Adolf Hitler, ahora se lucha encarnizadamente por
impedir inútilmente que los aliados avancen. Repentinamente, en la azotea del
Reichstag (la sede del parlamento alemán), un soldado soviético avanza hasta el
punto más alto del edificio e iza una bandera roja ataviada con la hoz y el
martillo. El acto significa la derrota de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y, debido a su importancia
y su simbolismo, es capturado por un atrevido y suertudo fotógrafo. Esta es la
versión oficial que se explicó al mundo desde la U.R.S.S. en relación a una de
las instantáneas más famosas de la contienda, unos sucesos que nada tienen que
ver con la realidad.
Y es que, esta instantánea no fue
fruto del azar ni se produjo durante la contienda, sino que fue realizada en
una curiosa sesión fotográfica varios días después de que los combates hubieran
cesado. Todo ello, por orden de un avispado fotógrafo con ganas de ganarse un
hueco en la Historia. No contento con eso, el «artista» realizó además varios
retoques en la imagen una vez que fue revelada para que causase el mayor
impacto posible entre la población e, incluso, con el objetivo de que
escondiera algunas vergüenzas del «glorioso Ejército Rojo». Esta gran mentira logró
convencer a la población hasta la caída de la U.R.S.S. (momento en que la
verdad sobre esta operación de propaganda salió a la luz).
Esta curiosa historia es una de las
tantas que se pueden leer en «Las 100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»,
la tercera reedición de la famosa obra del historiador y periodista Jesús
Hernández. Este libro, concretamente, fue con el que este experto en
la Segunda Guerra Mundial se dio a conocer en el ámbito editorial en 2003. «Hoy
muchos lectores saben de mi gracias a obras como “Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial”
o “Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial”,
pero no tienen en su poder el libro con el que me di a conocer. Por eso lo he
reescrito, he actualizado todos los datos y he añadido información que me ha
parecido interesante para completarlo», afirma el autor en declaraciones a ABC.
La toma del
Reichstag
Para entender la importancia de esta
instantánea (conocida a la postre como «Alzando una bandera sobre el
Reichstag», tal y como corroboran expertos como Gregorio Doval) es necesario
viajar en el tiempo hasta el 16 de abril de 1945. Y es que, fue exactamente ese
día cuando comenzó la Batalla de Berlín. Es decir, la última defensa a
ultranza de la capital del Reich por parte de las escasas tropas alemanas que
aún rendían culto a Hitler. En aquella época ya no era ningún misterio que los
aliados (especialmente los soviéticos, quienes disponían de más de dos millones
y medio de soldados y 6.000 carros de combate) avanzaban con el cuchillo entre
los dientes hacia el último reducto del Führer.
En su contra, el que fuera uno de los
líderes más poderosos de la primera mitad del SXX apenas pudo interponer
800.000 combatientes. Y la mayoría de ellos, además, no eran más que unos
pobres niños reclutados de las «Juventudes Hitlerianas» con falsas promesas de gloria
y un futuro imperio alemán comandado por un Hitler que, según les decían,
resurgiría de sus cenizas. Mentiras. Estos pequeños soldados estaban
acompañados, a su vez, de miles de ancianos armados y entrenados a la carrera
por los restos de las escasas unidades que habían logrado sobrevivir a los
continuos combates los aliados en media Europa. Eran, en definitiva, los
estertores de muerte de un Reich que trataba de tomar sus últimas bocanadas de
aire aún a sabiendas de que la suerte estaba más que echada.
Con el paso de los días, la situación
se recrudeció todavía más para los defensores, quienes –a pesar de todo-
estaban resueltos a defender al Führer. Un líder que, para muchos, ya había
perdido la cabeza hacía semanas. «El 23 de abril, el general Weidling,
comandante de la batalla de Berlín, informó a Hitler de que solo quedaba
munición para dos días de combate. No obstante, afirmó que defendería sus
posiciones mientras el cerco soviético se cernía sobre la ciudad, a escasas
manzanas del búnker donde Hitler se sumía en sus delirios. El
30 de abril, Berlín era un infierno encarnizado en el que los rusos tenían un
objetivo primordial: capturar el simbólico Reichstag, defendido con vigor por
su guarnición», explica Chriss Mann en su obra «Las Grandes Batallas de la
Segunda Guerra Mundial».
La misión de los soviéticos no era
sencilla, pues entre los muros del edificio gubernamental se defendían nada
menos que 5.000 miembros de las tristemente famosas Waffen-SS, las tropas más ideologizadas de toda
Alemania. «El Reichstag se convirtió en una auténtica fortaleza. Para ello se
minaron todas las calles que conducían al edificio, se colocaron barricadas y
se cavaron trincheras y fosas antitanque. Los alemanes dispusieron varias
piezas de artillería en el exterior y se hicieron fuertes en los sótanos,
reforzados con vigas de hormigón y acero», determina Hernández en su obra «Las
100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial».
A pesar de la defensa a ultranza del
Reichstag, los soviéticos sabían del golpe moral que supondría para sus
enemigos perder este edificio. Por ello, los rusos cargaron sus fusiles Mosin-Nagant y sus subfusiles PPSh para, a finales
de abril, tomarlo al precio que costara. Y es que, como es mundialmente
conocido gracias a la «Orden 227», Stalin no tenía problema en anteponer
los objetivos a la vida de miles de sus soldados. A los militares del Ejército
Rojo no les quedó más, finalmente, que combatir por cada una de las
habitaciones del enclave para expulsar de él a los soldados de las SS.
La gran
mentira
En medio de aquel caos, en medio de
toda aquella vorágine de muerte, la versión oficial del gabinete de Stalin
afirma que el 30 de abril (cuando todavía no se había tomado totalmente el
Reichstag y aún resistían varios cientos de alemanes en varias de sus salas) un
soldado soviético logró llegar hasta el tejado del edificio. Una vez allí,
descolgó la bandera con la esvástica e hizo ondear el paño soviético con la hoz
y el martillo simbolizando así la toma de Berlín. Aquel momento –según lo que
contó la U.R.S.S.- fue tan impactante que un fotógrafo lo inmortalizó para la
posteridad con su cámara, dando lugar a una de las instantáneas más conocidas
de toda la Segunda Guerra Mundial. La verdad es bien diferente, pues la imagen
fue un montaje que se realizó el día 2 de mayo en base a lo que, según algunos
combatientes, había sucedido varias jornadas antes, pero había sido imposible
de inmortalizar.
«La apertura de los archivos secretos
de la Unión Soviética tras su disolución desmintió que la imagen fuera de aquel
día. El fotógrafo de guerra Yevgeni Jaldéi (1917-1997), de la agencia de prensa
TASS, preparó la escena el 2 de mayo, cuando el Reichstag estaba ya asegurado.
Para ello pidió a varios soldados que posasen de esa manera, colocando la
bandera en la parte más alta del edificio. De las numerosas fotos resultantes
de la sesión, escogió la que luego se haría mundialmente conocida», explica
Hernández en su obra. Al parecer, lo único que pretendían los soviéticos era
hacer una instantánea igual de impactante que la de los americanos en Iwo Jima.
Con todo, esa no fue la única «trampa»
que protagonizaron los soviéticos con dicha fotografía. Y es que, una vez que
la instantánea llegó a Moscú, los mandamases de la época decidieron que no era
todo lo que heroica que debía ser y que necesitaba algún que otro retoque para
quedar perfecta. El primero de ellos fue eliminar uno de los dos relojes que el
soldado del Ejército Rojo que portaba la bandera tenía en una de sus muñecas.
Puede parecer algo absurdo, pero la
razón es bastante sencilla: lo había obtenido saqueando los cadáveres de los
soldados alemanes asesinados por sus compañeros aquel día. No se podía tolerar
que el resto de los mortales supieran ese dato, así que fue eliminado. A su
vez, y tal y como señala Hernández en su obra, fueron añadidas dos columnas de
humo en el fondo de la imagen para que la situación de Berlín pareciese más
dramática.
Montado el teatro, ya sólo quedaba difundir
la fotografía y esperar a que se hiciese famosa. «La histórica instantánea
sería publicada por primera vez el 13 de mayo en la revista ilustrada Ogonyok;
a partir de entonces sería ampliamente reproducida en todas las publicaciones
soviéticas e, incluso, en sellos de correos», explica el historiador en su
libro. Finalmente, la prensa hizo el resto del trabajo y «Alzando una bandera
sobre el Reichstag» se convirtió pronto en todo un símbolo de la victoria de la
U.R.S.S. sobre Adolf Hitler y sobre el nazismo. Acababa una guerra, pero
comenzaba una leyenda… falsa.
Con todo, a día de hoy se desconoce
quién fue el artífice de esta operación aunque, como en todo, no faltan las
teorías. Hernández, tras llevar a cabo las pertinentes investigaciones, apunta
directamente al «camarada Stalin», aunque explica que es imposible
corroborarlo: «Se ha especulado con que fue el propio Stalin el que animó al
Departamento de Propaganda a conseguir esta histórica fotografía al contemplar
con envidia la gran difusión que estaba teniendo la imagen de los soldados
norteamericanos izando la bandera de las barras y estrellas en Iwo Jima. Por lo
tanto, según esta hipótesis, el dictador soviético decidió contrarrestarla con
una escena similar».
¿Quién puso la
bandera?
Además de esta operación secreta de
propaganda, los soviéticos también mintieron en torno a quien fue el encargado
de izar la bandera sobre el Reichstag. En principio, se consideró que el
responsable fue un sargento georgiano llamado Meliton Kantaria (el cual fue condecorado
como héroe de la Unión Soviética). Sin embargo, con el paso de los años y las
sucesivas investigaciones históricas el honor fue pasando de soldado en
soldado.
«En realidad, ese honor debía
corresponder al hombre que realmente colocó por primera vez la bandera roja en
el emblemático edificio, a las 22:40 del 30 de abril de 1945: el ruso Mijail
Petrovich Minin. Cuando todavía se estaba combatiendo en las salas y pasillos
del Reichstag, Minin y otros tres hombres se ofrecieron para subir a la azotea y
plantar allí la bandera, con la promesa de sus superiores de que, si lo
conseguían, serían nombrados héroes de la Unión Sovíetica», explica Hernández.
No obstante, la operación de propaganda hizo que no recibieran tal honor hasta
1995” (fonte: ABC com a devida vénia)