Una investigación
descubre los profundos lazos del tesoro artístico hallado en Múnich con las
altas esferas nazis. Cuando en los últimos días de la II Guerra Mundial recibió
la visita de los soldados estadounidenses, Aschbach era una pequeña población
de la región de la Alta Franconia culminada por el castillo de los Pölnitz,
familia de aristócratas. Sus habitaciones fueron registradas por las tropas,
que hicieron prisionero al jefe local del partido nazi, el barón Gerhard von
Pölnitz. Encontraron también a un hombre llamado Karl Haberstock, que figuraba
en una lista de personas buscadas de la Oficina de Servicios Estratégicos,
precursora de la CIA. Haberstock, marchante de arte, había vivido durante meses
en el castillo.
Al inspeccionar el
lugar, los miembros de la brigada de los Monuments Men,cuya labor de búsqueda
de obras de arte robadas por los nazis será objeto de una película con George
Clooney como productor, director y protagonista (está previsto que se estrene
en el festival de cine de Berlín), encontraron un gigantesco almacén de
pinturas y esculturas del museo cercano a Bamberg y de una pinacoteca de
Kassel; sus directores habían intentado protegerlas de las bombas aliadas.
También descubrieron piezas de varios altos cargos del ejército alemán. Y un
monument man anotó: “Además, en el castillo se descubrieron habitaciones que
contenían cuadros, tapices, esculturas, mobiliario de valor y documentos
pertenecientes a dos conocidos marchantes de arte alemanes”. Eran las
colecciones de Karl Haberstock y de un tal Hildebrand Gurlitt, propietario
ilícito de un sensacional tesoro de 1.400 obras descubierto hace algo más de un
mes en Múnich en manos de su hijo, Cornelius. Hildebrand había residido en el
castillo con su familia desde que ardió su casa de Dresde. En los años
siguientes, los estudiosos estadounidenses del arte redactaron cartas,
memorandos, inventarios, informes y dosieres para esclarecer los orígenes de
esas obras. Con respecto a Haberstock, sentenciaron: “Es el coleccionista de
arte más célebre de Europa. Era el marchante privado de Hitler, y durante años
se adueñó de tesoros artísticos en Francia, Holanda, Bélgica, e incluso en Suiza
e Italia, utilizando métodos ilegales, sin escrúpulos y hasta brutales”. De
Gurlitt decían que era “un coleccionista de Hamburgo con conexiones con las
altas esferas nazis. Actuaba en nombre de otros altos cargos nazis y realizó
muchos viajes a Francia, de donde se llevó a su país colecciones de arte. Hay
razones para pensar que esas colecciones privadas estaban formadas por obras
expoliadas de otros países”. Para los Monuments Men, Gurlitt era un “marchante
de arte del Führer”. Entre las piezas halladas recientemente en un piso del
barrio muniqués de Schwabing, hay 380 pinturas retiradas de los museos por ser
consideradas en 1937 como “arte degenerado”. El hallazgo incluía otras 590
obras que el régimen nazi y sus secuaces posiblemente arrebataron a sus propietarios
judíos. El propietario del piso es el hijo de Gurlitt, Cornelius, actual
heredero de la colección, que al final de la guerra tenía 12 años y vivía en
Aschbach.
El Gobierno alemán está estudiando el origen de cada
obra de arte
Con el origen de
las pinturas individuales aún por aclarar, un grupo de trabajo nombrado por el
Gobierno alemán está investigando la historia de cada una de las obras. El
empeño será largo. Una investigación periodística llevada a cabo en lugares
como los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores francés y el Museo
Nacional de Breslau, en Polonia, revela el considerable alcance del tráfico de
Gurlitt con el arte expoliado y sus despiadadas prácticas. Los monuments men
interrogaron a Hildebrand en Aschbach en junio de 1945. Estaba “extremadamente
nervioso”; no parecía decir la verdad. Fue entonces cuando Gurlitt se creó una
nueva identidad: la de víctima de los nazis, la de un hombre que había salvado
valiosas obras de arte de su destrucción y que jamás había hecho mal a nadie.
No todo lo que contó a los estadounidenses era falso. Hizo hincapié en que los
nazis lo habían clasificado como “mestizo” a causa de su abuela judía. También,
que después de 1933, había temido por su vida, lo que le llevó a colaborar.
Durante un interrogatorio de tres días, Gurlitt declaró que, al ser lo que
denominaban “cuarto de judío”, existía el riesgo de que lo reclutasen para
realizar trabajos forzados en la Organización Todt, un grupo civil y militar de
ingeniería del Tercer Reich. Gurlitt también dijo: “Tuve que elegir entre la
guerra y el trabajo para los museos. Nunca compré una pintura que no me
ofreciesen voluntariamente”. Entonces, en Aschbach los delitos de Haberstock
parecieron los más atroces. Fue detenido en mayo de 1945, y en agosto fue
trasladado a Altaussee, en Austria, donde los grandes delincuentes relacionados
con el arte fueron requeridos para testificar cerca de una mina de sal llena de
obras. A Gurlitt se le permitió permanecer en Aschbach. Más tarde, Haberstock
dijo a los funcionarios alemanes que los estadounidenses habían subestimado el
papel de Gurlitt durante el periodo nazi. Linz tenía que ser la sede del
colosal Museo del Führer. Nunca se llegó a construir, aun así los nazis
compraron obras para llenar tres pinacotecas. Hermann Voss estuvo al frente del
programa de compra a partir de 1943. Desde entonces, Gurlitt trabajó para
Hitler a través de Voss, que hacía de intermediario. También compró arte para
los museos alemanes obligados por el régimen a adoptar sus directrices, así
como para ciudadanos privados. En 1930, el historiador del arte Gurlitt había
sido cesado de su puesto como director del museo de la ciudad oriental de
Zwickau por considerarlo un abanderado del arte moderno. Se trasladó a
Hamburgo, donde se hizo cargo de la pinacoteca de la ciudad, hasta que
volvieron a despedirlo debido a su preferencia por la vanguardia, así como por
sus antepasados judíos.
Permaneció en
Hamburgo, se convirtió en marchante y abrió una galería. En esa época, la clase
de arte moderno que había apoyado había pasado a ser un negocio arriesgado.
Gurlitt compraba y vendía cada vez más piezas antiguas. Tenía un don para los
negocios, y trabó relaciones con destacados coleccionistas. Al poco tiempo
estaba comprando arte de personas perseguidas, principalmente judíos, que
vendían sus obras porque se veían obligados a huir de Alemania, habían perdido
sus trabajos y necesitaban dinero para alimentar a sus familias, o se les
exigía el pago del llamado “impuesto sobre el patrimonio de los judíos”. Gurlitt
compró también arte expoliado por la Gestapo. Se convirtió en el marchante
oficial de “arte degenerado”, obras que ya no se consideraban aceptables en el
Tercer Reich. Hasta 1942, se quedó en Hamburgo. En los primeros años de la
guerra, amplió su territorio a Holanda, Bélgica y Francia. Cuando las bombas
destruyeron su galería, llevó a su mujer y a sus dos hijos a la casa de sus
padres en Dresde. Había realizado sus primeras compras en 1941, un año después
de la invasión de Francia. El hecho de que los cuadros llegaran del país
ocupado incrementaba su valor. Se confiscaron importantes colecciones, o sus
propietarios fueron obligados a venderlas a unos precios increíblemente bajos.
Se rodeó de personajes turbios del mundo del arte, incluidos representantes,
informadores y otros marchantes. Era un hombre muy solicitado, ya que disponía
de millones de marcos del Reich para gastar. En aquellos años, el barón Gerhard
von Pölnitz, dueño de la mansión de Aschbach, estaba destinado en París como
alto mando de las Fuerzas Aéreas alemanas. En su tiempo libre trabajaba para
Haberstock y Gurlitt, cerrando acuerdos y ejerciendo de representante. Hay un
informe del historiador del arte Michel Martin sobre Gurlitt en los archivos
del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia. Durante el periodo de
ocupación, Martin trabajó en el departamento de pintura del Louvre, donde
emitía permisos de exportación de las obras. Gurlitt, escribía Martin, disponía
de acceso a un “crédito en constante expansión” y había adquirido obras por un
valor total de “entre 400 y 500 millones de francos”. Según su versión, también
adquirió en París obras para su colección privada. “Cuando nos resistíamos a
sus exportaciones de arte, cogía piezas sin autorización”. Entre tanto,
Hildebrand insistía en que era “un simple funcionario” que cumplía órdenes.
Terminada la
guerra, los estadounidenses sometieron a Gurlitt a arresto domiciliario en
Aschbach. Para ocupar el tiempo, daba charlas sobre Durero y Barlach y sobre el
kitsch en el arte religioso a la pequeña congregación eclesiástica local.
Escribía cartas en las que intentaba justificar sus compras en Francia. En una
misiva enviada en 1947 a una historiadora francesa, insistía en que había sido
“un verdadero amigo de Francia y opositor del régimen nazi”, una persona que
“de palabra y por escrito” había “defendido siempre el arte francés”. No
mencionó su labor para el museo del Führer en Linz. El arresto domiciliario de
Gurlitt fue retirado y en enero de 1948 se trasladó a Düsseldorf, donde se
convirtió en director de su museo. Sus años en Aschbach eran “el pasado”. En
1950, las obras le fueron devueltas por el archivo de propiedades requisadas
conocido como Punto de Recogida Central de Wiesbaden. Había sido absuelto de
todos los cargos. Los estadounidenses habían confiscado un total de 140 obras.
Pero Gurlitt también había ocultado parte de su colección en un viejo molino de
agua. Volvió a ser un miembro respetado de la sociedad y se ganó el apoyo de
los industriales de Düsseldorf a base de incluir obras de estos en sus
exposiciones. Hasta empezó a mostrar de nuevo su colección con el probable
objetivo de saber si habría reclamaciones de los verdaderos propietarios. En
1956, año de su muerte, Gurlitt envió cuadros de su colección a Nueva York,
entre los que había obras de Beckmann y Kandinski. Escribió un perfil
autobiográfico para el catálogo, que nunca se publicó. En él, se describía como
un hombre valiente y atrevido, como un héroe cuyos negocios durante la guerra
fueron un “acto de malabarismo peligroso”.Murió en un accidente de coche en
1956. Sus necrológicas le ensalzaban como una figura importante en el mundo
artístico de la posguerra de Alemania Occidental. Su viuda, Helene, se trasladó
a Múnich a principios de la década de 1960, donde adquirió dos apartamentos
caros en un edificio nuevo en Schwabing. Los mismos en los que agentes de
aduanas encontraron recientemente un tesoro que ha vuelto a enfrentar a
Alemania con su pasado (texto de FELIX BOHR/LOTHAR GORRISEL, con información
de Ulrike Knöfel, Sven Röbel and Michael Sontheimer, Traducción de News Clips,
publicado no El Pais com a devida vénia)