“A pesar de los juicios realizados tras la
Segunda Guerra Mundial contra los criminales que ayudaron a cometer el
genocidio judío, muchos de ellos consiguieron escapar y evitar su procesamiento.
No sólo aquellos que huyeron a otros países y adoptaron nuevas identidades para
huir de la justicia. También todos los que tuvieron un papel secundario en el
mismo, o que habiendo participado activamente nadie fue capaz de identificar o
poner nombre. Especialmente relevante es el caso de las mujeres nazis, ya que
pocas de ellas fueron juzgadas, lo que ha hecho que se reste importancia al
papel fundamental que pudieron jugar en la ejecución de un gran número de
crímenes. Trece millones de mujeres militaron activamente en el partido nazi, y
más de medio millón acudieron a países como Ucrania, Polonia o Bielorrusia
excediendo las funciones para las que fueron enviadas, pero ¿tomaron partido en
las matanzas a judíos? Eso es lo que se plantea Wendy Lower en Las arpías de
Hitler (Editado por Memoria Crítica). Gracias a un arduo trabajo de
documentación y búsqueda de datos y testimonios, Lower consigue ofrecer un poco
de luz respecto a este tema. Aunque los juicios a mujeres nazis no fueron
especialmente numerosos, Las arpías de Hitler recuerda que muchos de los
supervivientes del Holocausto identificaron a las personas que los acosaron,
violaron y torturaron como señoras alemanas que nunca pudieron encontrar al
desconocer sus nombres. Además, los estudios realizados posteriormente han
advertido que el genocidio no habría sido posible sin una amplia colaboración
de la sociedad. ¿Quiénes fueron esas mujeres que ensuciaron sus manos con la
sangre de los prisioneros?
Maestras, enfermeras, secretarias y esposas
La creencia más extendida es que las únicas que
cometieron crímenes fueron las guardianas de los campos de concentración,
mientras que el resto tuvo un papel secundario en la historia del nazismo. Sin
embargo la realidad es bien distinta. Cuando los alemanes avanzaron hacia el
este, medio millón de mujeres les acompañaron y alcanzaron un poder sin
precedentes que les dio libertad para hacer con los prisioneros lo que
quisieran. Maestras, enfermeras, secretarias y esposas, esas eran las funciones
que originariamente tendrían que realizar todas aquellas que acudían junto al
ejército. Finalmente, muchas de ellas decidieron, voluntariamente, colaborar
directamente con las SS. Miembros de la Liga de Muchachas Alemanas disparando
como parte de su entrenamiento (1936)Miembros de la Liga de Muchachas Alemanas
disparando como parte de su entrenamiento (1936)Las arpías de Hitler incide
constantemente en un dato fundamental: ninguna de las mujeres que describe
tenían la obligación de matar. Negarse a asesinar judíos no les habría
acarreado ningún castigo. Es más, el régimen no formaba a las mujeres para
convertirse en asesinas, sino en cómplices. Por tanto, las que finalmente
decidieron realizar dichos crímenes lo hicieron o por satisfacción personal o
por obtener un beneficio de aquellas acciones. De hecho, las primeras matanzas
cometidas por los nazis las protagonizaron las enfermeras de los hospitales,
que exterminaron a miles de niños por desnutrición, o incluso con inyecciones
letales, aunque la mayoría de ellas nunca pagaron por sus delitos.
Es el caso de Pauline Kneissler, cuya tarea
consistía en portar una lista de pacientes que posteriormente debían ser
matados. En un solo año (1940) el equipo en el que trabajaba Kneissler en
Grafeneck asesinó a 9.389 personas. Ella fue testigo directo de cómo los
gaseaban y prestó su ayuda a la hora de administrar la inyección letal a muchos
pacientes durante cinco años. Pauline fue una de las mujeres que,
posteriormente, se trasladó al este para continuar con su ola de crímenes. Sin
embargo, allí no fueron las enfermeras las que cometieron los asesinatos más
sádicos, sino las secretarias y las esposas de los miembros del partido nazi.
Entre las primeras destaca el nombre de Johanna Altvater, que desarrollaba su
puesto en Minden, Westfalia, antes de ser trasladada a Ucrania. Allí, en 1942,
Altvater comenzó su descenso a los infiernos, llegando incluso a asesinar a un
niño judío de dos años golpeando su cabeza contra un muro para arrojarlo sin
vida a los pies de su padre. Este posteriormente llegó a declarar que nunca
había visto tal sadismo en una mujer, una imagen que nunca pudo borrar de su
mente.
Crímenes ante seres indefensos, prisioneros,
mujeres e incluso niños. La mujer nazi tampoco tuvo piedad, como no la tenían
sus compañeros masculinos. Aprendieron bien la lección de qué era lo que había
que hacer y no dudaron ni un solo momento. Así le ocurrió a Erna Kürbs Petri,
hija y esposa de granjero que junto a su marido Horst (miembro de las SS) se
encargaba de dirigir una finca agrícola. Un día, Erna Petri vislumbró algo
cerca de la estación de Saschkow. Cuando su carruaje se acercó se dio cuenta de
que eran varios niños judíos escondidos que habían conseguido huir. Petri les pidió que se acercaran y los llevó a su
casa. Allí les dio de comer y los tranquilizó. Pero todo esto sólo fue parte de
su siniestro plan. Al ver que su marido no regresaba a casa, ella decidió
terminar el trabajo que él habría hecho.
Llevó a los niños hasta una fosa donde ya se había asesinado antes y los colocó
en línea, dándoles la espalda. Cogió la pistola que su padre le había regalado
y uno a uno los fue matando a sangre fría. Ni siquiera los gritos desconsolados
de los que vieron cómo caía el primero ablandaron el corazón de Erna. Estos son
sólo tres de los muchos casos que Wendy Lower presenta en Las arpías de Hitler.
Relatos que encogen el corazón y muestran hasta dónde es capaz de llegar el ser
humano. Como la propia autora dice al finalizar su libro, nunca sabremos todo
sobre el nazismo y el Holocausto, esto es sólo una historia más en un puzle con
infinitas piezas de crueldade” (texto do El Confidencial,com a devida vénia)