“Tomando la
autovía hacia el norte, bordeando la costa desde Nueva York, el paisaje, hasta
entonces eclipsado por inmensos rascacielos, va cobrando un aspecto salvaje,
prometedor. El viaje al pequeño estado de Rhode Island, nuestro destino, aparte
de corto –tres horas– se hace ameno. Desde la carretera, a mano derecha, la
costa rocosa da paso al océano Atlántico, custodiado, a mano izquierda, por
bosques de pinos, sauces y abedules. Cuesta poco imaginarse, en un paraje como
este, los campamentos de las tribus wampanoags o narragansetts aprovechando la
caza y la pesca del lugar. Al cruzar el largo puente Claiborne Pell, nos damos
cuenta de por qué a Rhode Island se lo conoce como el estado oceánico y de por
qué es también el destino preferido por neoyorquinos y bostonianos para
desconectar del caos de la gran ciudad. En la bahía de Narragansett los
europeos encontraron, en el siglo XVII, un lugar ideal donde asentarse. Aquí,
la brisa marina se siente nada más llegar. Interminables playas; rocosos
acantilados; bosques que esconden lujosas mansiones; una cocina exquisita con
el marisco como exponente y, por si fuera poco, con dos joyas de la Costa Este:
Providence y Newport. La
ciudad de Providence, la capital, se encuentra al final de la bahía. Está de
moda en el mundo culinario ya que posee algunos de los más aclamados restaurantes
del país y una de las mejores escuelas de cocina del mundo. La ciudad
renacentista, como la llaman allí, se ha convertido en un núcleo de
creatividad, expresión artística y cultural. Un buen ejemplo es la obra
Waterfire, del artista Barnaby Evans. Se trata de una composición con 80
hogueras que descansan sobre braseros sobre los tres ríos de Providence. Ha
atraído a más de diez millones de visitantes a la ciudad y destaca por su
sencillez y belleza, especialmente de noche. Newport merece un capítulo aparte.
Fundada en 1639 por disidentes religiosos, pronto se convirtió en un puerto
pesquero y comercial de importancia internacional. El ambiente de esta pequeña
urbe solo se puede apreciar al pasear por sus calles, repletas de vida, de
mercados, tiendas y restaurantes de pescado y marisco. A quienes les gusten los
veleros encontrarán en Newport uno de los mayores exponentes mundiales. De
hecho, es aquí donde tiene lugar el trofeo más prestigioso: la Copa América. Newport
tiene un espíritu joven y animado. Desde siempre ha sido un lugar de encuentro
comercial y cultural. Con la llegada de la primavera se suceden los conciertos
y festivales de música en la ciudad. Las interminables playas son también un
lugar perfecto para relajarse, disfrutar de una espléndida puesta de sol o para
pasar un día en familia. Newport esconde, a su vez, más secretos entre sus
bosques. En el siglo XIX, las más acaudaladas familias neoyorquinas, como los
Rockefeller o los Vanderbilt, decidieron que era buena idea construir sus
llamadas cabañas para pasar fines de semana y vacaciones. Lo que ellos
entendían como cabañas son algunas de las más lujosas mansiones del país. Hoy
en día estas residencias están abiertas al público para hacer recorridos u
organizar eventos especiales” (texto do jornalista JAVIER MARTÍNEZ MANSILLA, do
Cinco Dias, com a devida vénia)